Reseña de libros

Apuntes 84 (2019). doi: https://doi.org/10.21678/apuntes.84.1018

ROJAS, Rolando, 2017, La república imaginada. Representaciones culturales y discursos políticos en la época de la Independencia, Lima, Instituto de Estudios Peruanos. 156 pp.

El libro de Rojas intenta mostrar la manera en que los sectores en pugna durante el proceso de Independencia imaginaron la naciente República y propusieron la incorporación de los sujetos populares dentro del ejercicio común de derechos políticos. Como señala en la introducción, se trata de comprender cómo se buscó la conversión de los indios y la plebe urbana en «miembros de la comunidad nacional siguiendo los patrones culturales y políticos de la naciente Europa burguesa» (p. 13). Rojas propone que fue durante estos años iniciales cuando se crearon las bases del modelo criollo-liberal de pensar la nación, modelo vigente hasta principios del siglo XX. Esta perspectiva liberal se caracterizó por la percepción de lo indígena y de lo popular como «entidades socioculturales sobre las cuales se podía y debía actuar para conducirlas a la modernidad» (p. 14), es decir, como consistente de sujetos capaces de ser redimidos por la educación; esto, a diferencia de la mirada conservadora, que postulaba la exclusión de su participación por causa de su inferioridad natural. Este sugerente argumento es desarrollado a lo largo de tres capítulos que abordan la autorrepresentación de los criollos, la incorporación de los indígenas y las representaciones de lo popular, para lo cual el autor aprovecha fundamentalmente la documentación proveniente de la Colección Documental del Sesquicentenario de la Independencia y diversos diarios de la época. En ese sentido, el libro de Rojas es una buena manera de introducirse en el debate y las posibilidades abiertas por el tema.

Esta propuesta resulta concordante con otras desarrolladas para la historia de América Latina. Diversos autores han demostrado que en los primeros años de las guerras de la Independencia la tendencia fue justamente a la incorporación de esos grupos en los imaginarios y prácticas políticas, insistiendo en la posibilidad de redimirlos por medio de la educación. Sería recién hacia la segunda mitad del siglo XIX cuando esa postura se tornó pesimista, recurriendo a la solución inmigratoria para acabar con los problemas nacionales.

Si bien el texto presenta diversos aportes destacables, me concentraré en aquellos que podrían ser objeto de un debate que permita profundizar en nuestro conocimiento acerca del proceso de Independencia, de cara al Bicentenario. Un primer aspecto es la distinción entre liberales y conservadores en la temprana República. Si bien los primeros defendían la isonomia, no es menos cierto que en varios otros puntos su distancia con los denominados conservadores era menos evidente. Las diversas demoras en acabar con dos instituciones de origen colonial parecen mostrar la cercanía de ambos grupos, antes que sus diferencias: la esclavitud y la contribución indígena. En ese sentido, sería interesante cruzar estas discusiones ideológicas con los orígenes sociales de los dirigentes. Rojas señala con acierto que las discusiones republicanas permitieron la participación de los sectores populares en la política, pero al mismo tiempo la cultura y el lenguaje que acompañaban a esa movilidad social no habían roto con los factores de la jerarquía social de origen colonial, especialmente en el caso de la percepción del color de piel.

Por otro lado, los denominados criollos liberales se enfrentaban a otro problema de representación. Si bien la Independencia significó una ruptura en sentido vertical con la metrópoli, operó otra tan compleja como la anterior. La consciencia de no poder mantener la identidad española debía combinarse con la necesidad de distinguirse de las otras regiones del continente que se encontraban en la misma condición. En ese sentido, se produce una paradoja: aquello que hacía diferentes a los criollos liberales de la metrópoli y de los vecinos era la cultura que emergió del contacto con los indios y africanos. Esta necesidad política es la que llevó a las primeras generaciones republicanas a incorporar lo indígena, e incluso lo afroamericano, dentro de la construcción de la nación, como dice el autor, asumiendo su posibilidad de redención por medio de la educación. Sin embargo, esta necesidad no se desarrolló de manera homogénea a lo largo del siglo no solo por la escasa capacidad del Estado peruano para aplicar los proyectos educativos, como bien expone Rojas. En cuanto a esto, un aspecto interesante, y que amerita nuevos estudios, es establecer el peso de las coyunturas a lo largo del siglo XIX. Es interesante observar que, como muestra el autor, durante los años en que el conflicto bélico se hizo más intenso, se utilizó una retórica que sustentó la incorporación de lo indígena y lo popular, sin duda por la necesidad de vencer en la guerra; quizá lo mismo ocurrió durante las guerras entre caudillos. Mientras tanto, la consolidación del Estado peruano, en especial gracias al dinero proporcionado por el guano, sirvió para centralizar el manejo de las instituciones del Estado y, al mismo tiempo, desaparecer el tributo indígena y debilitar la importancia política de las regiones con alta concentración de población indígena. ¿Esto tendrá que ver con el giro hacia la construcción de un imaginario nacional diferente, más excluyente?

Si bien es cierto, como señala Rojas, que los liberales no pretendieron excluir a los indígenas del sistema político, lo que resulta más difícil de establecer son las razones de este interés. Como sabemos, el voto analfabeto, fundamentalmente compuesto por indígenas, se mantuvo en la práctica hasta fines del siglo XIX. En ese sentido, las propuestas de los liberales criollos se muestran más herederas de la experiencia borbónica que del republicanismo liberal. El quid del asunto parece residir en mantener las diferencias sociales y culturales reflejadas en una noción de «decencia» reconstruida luego de los cambios políticos provocados por la Independencia. Antes de 1821, este término se asoció con moderación y capacidad de autocontrol, reflejadas en la gran cantidad de reglamentos y bandos que pretendieron regular y modificar las costumbres del «bajo pueblo», «populacho» o «plebe». Los borbones trataron de crear un «pueblo» porque necesitaban la otra cara de la moneda, imprescindible para la delimitación de una élite ilustrada. Esas fronteras fueron dibujadas a partir de prácticas culturales que habían sido descalificadas, a pesar de que en muchos casos eran compartidas transversalmente.

Con la Independencia no se corta el tenor de la política borbónica, evidentemente porque reflejaba las aspiraciones de diversos sectores de la élite limeña ilustrada; las guerras permitieron el debilitamiento de las barreras sociales, pero al mismo tiempo estos hechos posibilitaron que los grupos populares negociaran su participación dentro del proceso. Se podía detestar su cultura, pero ellos eran quienes se encargarían de combatir. La ambigüedad de la relación con lo popular remarcada por Rojas en el temor al desborde de las milicias y su organización por castas también se expresa en las normas que pretenden «adecentar» lo popular, como lo manifiestan las disposiciones citadas por el autor. Esta intención tiene similitud con la política borbónica, la cual también buscaba la reforma de las costumbres con el objeto de crear un pueblo acorde con la Ilustración.

En ese sentido, sería interesante ahondar en las coincidencias y contradicciones entre quienes se mostraban como liberales y como conservadores en los primeros años republicanos. Pienso que los primeros se asemejaban mucho más a la experiencia del reformismo borbónico y luego a la experiencia gaditana; mientras que los segundos defendían las diferencias étnicas y de castas, pero al mismo tiempo eran capaces de reconocer y defender las particularidades de los diferentes sectores. Sin embargo, en muchos otros aspectos ambos se encuentran más cerca de lo que parece, por eso quizá sería importante conocer los orígenes sociales de cada grupo.

Como se puede observar, el libro de Rojas sugiere una serie de interrogantes que, con seguridad, contribuirán con el necesario debate que debe realizarse de cara al Bicentenario del Perú. Esperamos que tanto este autor como otros enriquezcan tales discusiones en los siguientes años.

Jesús Cosamalón
Pontificia Universidad Católica del Perú
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