Apuntes 84 (2019). doi: https://doi.org/10.21678/apuntes.84.1019
REICH, Fred y José Antonio SALAS, 2017, From Ashes to Naches, prólogo de Salomón Lerner Febres, Lima, Fred Reich Boehm. 178 pp.
En el paso, sutil o dramático, de una colección de netsukes –pequeñas esculturas japonesas–, Edmund De Waal traza la historia de los Ephrussi, la poderosa familia judía de comerciantes de granos de Odessa que, transformados en banqueros, y asentados en París y en Viena, influyeron poderosamente en las finanzas europeas desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial. De Waal se pregunta por la naturaleza de este paso:
Cómo pasan los objetos de mano en mano es la esencia de la narración. Te doy esto porque te quiero. Porque lo compré en un lugar especial. Porque tú lo vas a cuidar. Porque te complicará la vida. Porque hará que alguien te envidie. Los relatos de herencias no son simples. ¿Qué se recuerda y qué se olvida? Puede haber una cadena de olvidos, la desaparición de una posesión anterior como la lenta adquisición de nuevas historias. ¿Qué me fue transmitido con estos pequeños objetos japoneses? (De Waal, Edmund, The Hare with Amber Eyes. A Hidden Inheritance; 2011, Londres, Vintage Books, p. 17; mi traducción).
De Waal escribe una historia fascinante que incluye a un antepasado que se enfrentó al zar para detener un pogromo, a un tío bisabuelo proustiano –más bien, «swanniano»– contemporáneo de los Goncourt y coleccionista de cuadros simbolistas e impresionistas, a una abuela alumna de Von Mises que se carteaba con Rilke. Parte del encanto del libro de De Waal consiste en compartir con él «el revés de la trama», los hilos y los nudos de una historia escondida o paralela: la de cómo se va adquiriendo cada fragmento de información: las frustraciones, los hallazgos, las compensaciones.
La historia de los Reich y de los Böhm que Fred Reich y José Antonio Salas reconstruyen se basa en muchos menos testimonios y, probablemente, más modestos –partes de matrimonio, certificados, avisos periodísticos, fotografías, las entrevistas que Kurt Reich e Inge Böhm registraron para la Fundación Shoah de Steven Spielberg, la Cruz de Hierro de Kurt Böhm–. A su modo, es también la historia de cómo va descubriéndose la historia, con vueltas insospechadas (como el hallazgo de documentación en un archivo polaco hecho por Stefan Reich). Respetando las proporciones, en ambas historias, como lo afirma Salomón Lerner en el prólogo del libro de Reich, la escritura reta a la muerte y al olvido, en una especie de ritual de supervivencia (p. 13).
La narración sigue las historias de los cuatro abuelos de Reich, la de su padre, la suya y la de su familia nuclear y política. Las estrategias con las que los abuelos y los padres de Fred sortearon el horror fueron variables: Kurt Böhm, abogado y notario, educado en la Alta Silesia, entonces alemana, y en Ginebra, nunca pensó que podría ser perjudicado por el Reich: había luchado en el frente ruso en la Gran Guerra y, como reconocimiento a sus acciones, el Gobierno alemán lo había distinguido con la Cruz de Hierro (p. 23). Marta Caspary, su esposa, percibió el peligro antes, pero lo certificó la noche del 9 de noviembre de 1938 –la Kristallnacht o Noche de los Cristales Rotos–, cuando, luego de tenerlas encerradas en un cuarto a ella y a su hija, soldados de la SS destruyeron su cómoda morada burguesa: los estantes de porcelanas, las alfombras, las sillas (p. 23). El doctor Böhm fue deportado al Lager –campo de concentración– de Buchenwald (p. 25). Pudo salir de él gracias a las gestiones de su esposa, quien seguramente hizo valer los méritos del notario y abogado durante la Primera Guerra Mundial (p. 26). Escaparon del horror en Marsella (p. 35). Debieron vender casi todas sus propiedades. Entre ellas, un Renoir (p. 36). Bolivia los protegió y pudieron prosperar en ese país andino.
La historia de los abuelos paternos, de la tía y del padre de Fred Reich va por otras rutas. Antes de la «solución final de la cuestión judía» –la Endlösung–, la SS intentó varios sistemas para «desjudaizar» los territorios germanos. Uno de ellos fue la deportación. Para ello contó con la colaboración de varias instituciones judías (que eran conscientes de vivir en un Reich que se radicalizaba progresivamente). El sionismo de Berthold Storfer hizo que este judío austríaco dirigiera una organización que alquilaba barcos para trasladar a Palestina a judíos de Austria, Alemania y partes de Checoslovaquia (probablemente de los Sudetes). Así se salvó Herma Reich, la hermana de Kurt (p. 44).
Pocos meses después de la Anschluss –la anexión de Austria al Reich alemán el 12 de marzo de 1938–, Adolf Reich –padre de Kurt y abuelo de Fred– pierde su trabajo de vendedor y su familia emprende varias estrategias de supervivencia. Luego de interrumpir sus estudios en la escuela (las leyes raciales impedían que alumnos judíos estudiaran con alumnos no judíos), Kurt Reich, a los catorce años, empezó a trabajar en la organización de Storfer. Hacia mediados de setiembre de 1942, dos días antes de cumplir dieciocho años y alcanzar la mayoría de edad, Kurt Reich fue notificado por la Gestapo de que debía incorporarse al equipo de deportaciones (los grupos de Ausheben, judíos encargados de capturar a otros judíos para llevarlos a los centros de reclutamiento y luego a los diferentes campos de concentración).
Kurt Reich se negó a afiliarse a alguno de estos grupos. Su negativa no quedó sin consecuencias. Toda la familia fue arrestada. El mismo Adolf Eichmann –el ejecutor principal de la Endlösung– decidió que Kurt Reich fuera a un campo de exterminio en Polonia mientras sus padres fueran a un gueto en Checoslovaquia. La intervención directa de Storfer ante Eichmann (la Agencia Central para la Emigración Judía funcionaba en el local de la Gestapo de Viena, el Palais Albert Rothschild y, aunque no se decía abiertamente, grupos judíos colaboraban con ella) cambió su decisión inicial: todos irían al campo de concentración de Theresienstadt, en Checoslovaquia. Las estrategias de Kurt para sobrevivir en este parecen sacadas del mismo manual de donde las extrajo Primo Levi (pp. 59 ss.): conseguir los trabajos más rendidores (laboró en un banco –había un banco en Theresienstadt, que emitía dinero que circulaba en el Lager–, luego lo trasladaron a la cocina, para finalmente terminar trabajando en el crematorio), administrar bien las raciones de comida (un día compartía una con su madre y el otro, con su padre), volverse invisible. Pero la historia presenta más giros.
En vagones de ganado (p. 65), a mediados de mayo de 1944, la familia fue trasladada a Auschwitz (un Lager mucho más duro, frente al «relativamente civilizado» Theresienstadt, mantenido para dar una buena impresión a la Cruz Roja Internacional). En Auschwitz, el siniestro péndulo que era el índice del doctor Mengele (p. 69) recorría las filas de hombres y mujeres y los separaba en dos grupos: los de la derecha y los de la izquierda. Era la forma de distinguir a los aptos de los no aptos. Kurt Reich recuerda el momento: «Fue la última vez que vi a mis padres» (p. 70).
Después, en julio de 1944, los prisioneros más jóvenes fueron llevados a trabajar a Schwartzheide, un campo de concentración satélite dependiente de Sachsenhausen, en Oranienburg, a 35 km al norte de Berlín (p. 71). Cuando, en abril de 1945, bombardeos lejanos indicaban el avance del Ejército Rojo (p. 72), más de mil prisioneros de Schwartzheide fueron obligados por las tropas de la SS a marchar hasta Theresienstadt, cerca de Praga. Sin comida ni bebida, los que no morían de disentería lo hacían de cansancio. Luego de muchos días, al atardecer, los guardias ordenaron a los supervivientes que avanzaran sin mirar atrás (p. 72). Todos obedecieron, por supuesto. Al amanecer, las torres del Lager se perfilaron contra el horizonte. La rendición incondicional de Alemania ocurrió el 7 de mayo de 1945. No obstante, las tropas alemanas de Bohemia desobedecieron a sus superiores y continuaron luchando. El último gran enfrentamiento de la guerra europea fue la Batalla de Praga, del 5 al 14 de mayo de 1945. Theresienstadt está muy cerca de la capital checa. Kurt Reich regresó a Theresienstadt el 7 de mayo, con los prisioneros de la marcha de la muerte: los rusos liberaron el campo el 8 (p. 77).
En Theresienstadt, médicos judíos atendieron a los supervivientes de la marcha de la muerte. A su vez, los rusos alimentaron a los prisioneros hambrientos. Algunos murieron: no estaban preparados para comer tanto (p. 77). Kurt Reich pasó doce días recuperándose. Hacia el 19 o el 20 de abril, Kurt viajó a Praga con Ignatz Mucilic, con quien coincidió en Theresienstadt (en cuartos diferentes), en Auschwitz (en la misma barraca) y en Schwartzheide (compartieron cobijas) (p. 77). Tres meses en Viena completaron la recuperación. Lo que sigue es una historia de renacimiento, que Fred Reich y José Antonio Salas denominan el Otro Reich, no el Cuarto, sino la construcción de una familia y de la continuidad de la vida y el amor, que llega hasta el presente, con la última generación de nietos de Fred y Alice Reich. Literalmente: «From Ashes (“cenizas”) to Naches (“placer”, “satisfacción”, “gusto”, “orgullo”, en hebreo)» (p. 17). O, en clave cristiana, de la pasión y la muerte a la resurrección.
Jorge Wiesse Rebagliati
Universidad del Pacífico, Perú
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