Relatos desde la precariedad:
relocalizaciones territoriales, desposesiones y resistencias en Santiago del
Estero, Argentina
ERIKA
SACCUCCI
Doctora
en Estudios Sociales de Am�rica Latina (Centro de Estudios Avanzados,
Universidad Nacional de C�rdoba)
Docente
investigadora (Universidad Cat�lica de C�rdoba, Argentina)
Integrante
del colectivo de investigaci�n �El Llano en Llamas� http://www.llanocordoba.com.ar
Orcid:
http://orcid.org/0000-0002-2469-0988
JULIANA
HERN�NDEZ BERTONE
Doctoranda
en Derechos Humanos: Retos �ticos, Sociales y Pol�ticos (Universidad de Deusto)
Doctoranda
en Ciencia Pol�tica (Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de
C�rdoba)
Becaria
C�tedra Unesco de Recursos Humanos (Universidad de Deusto)
Integrante
del colectivo de investigaci�n �El Llano en Llamas� http://www.llanocordoba.com.ar
Orcid:
http://orcid.org/0000-0002-5025-4362
Resumen. Este trabajo aborda la efectuaci�n
de precariedad a partir de la relocalizaci�n territorial de poblaciones en la
ciudad de Santiago del Estero, Argentina. Se trabaj� con una metodolog�a
flexible a partir del an�lisis de casos m�ltiples y an�lisis de discurso. Se
analizan 16 entrevistas en profundidad a agentes institucionales y vecinos/as
de la ciudad donde la precariedad emergi� como categor�a articuladora de los
relatos por efectuaci�n de los dispositivos de poder y por la interposici�n de
resistencias y luchas. Se concluye que la relocalizaci�n configura nuevas
precariedades que no deben ser entendidas solo por la p�rdida de las
condiciones de vida, sino, incluso por sus efectos desubjetivadores.
Palabras clave:
territorios; dispositivos de poder; t�cticas; an�lisis de discurso; subjetividad.
Stories from precariousness: Territorial
relocations, dispossession and resistance in Santiago del Estero, Argentina
Abstract. This paper
addresses the issue of precarity based on the territorial relocation of populations
in the city of Santiago del Estero, Argentina. We worked with a flexible
methodology based on a multiple case analysis and discourse analysis. We have
analyzed sixteen in-depth interviews to institutional agents and residents of
the city. Precariousness emerged as the articulating category of the stories
through the configuration of power devices and the interposition of resistance
and struggles. It is concluded that relocation creates new precariousness that
should not only be understood by the loss of living conditions but also by its
de-subjectivity effects.
Keywords: Territories; power devices; tactics; discourse
analysis; subjectivity.
Introducci�n
En los �ltimos a�os, las pol�ticas
de relocalizaci�n de poblaciones emergieron como estrategia privilegiada de los
Estados para reorganizar las ciudades. Estas supusieron el desplazamiento de
barriadas populares hacia las periferias, lo que liber� espacios centrales
para, entre otras cosas, la especulaci�n inmobiliaria y provoc� nuevas y diferentes
formas de precariedad (Avalle, De la Vega, & Hern�ndez, 2009; Ferrero y
Job, 2011). Este art�culo es una propuesta anal�tica que pretende dar cuenta
del modo de configuraci�n de la precariedad en poblaciones desplazadas a partir
de pol�ticas habitacionales desarrolladas en el �rea metropolitana de Santiago
del Estero, Argentina. La centralidad del concepto de precariedad radica en que
es una categor�a emergente del an�lisis de las entrevistas en profundidad
desarrolladas durante la investigaci�n[1].
La hip�tesis que ha guiado la
investigaci�n supone entender que esta categor�a se torna en un concepto
articulador de diversos significados: para casos de relocalizaci�n de
poblaciones, la precariedad se observa como una resultante de las formas de
gobierno actuales (bajo la racionalidad neoliberal); es decir, que la
precariedad ya no responde solo a las condiciones laborales. De modo que los
desplazamientos de poblaciones acent�an las condiciones de precariedad
habitacional, as� como tambi�n configuran nuevas precariedades que abarcan
otras dimensiones de la vida.
Los estudios sobre relocalizaci�n
de poblaciones han ahondado poco en la efectuaci�n de precariedad, y, adem�s,
muchos de ellos se han centrado en grandes conglomerados urbanos. Este trabajo
es un aporte a estas l�neas de investigaci�n incorporando reflexiones a partir
de pol�ticas habitacionales de relocalizaci�n en una ciudad de tama�o medio de
Argentina. En espec�fico, esta es una reflexi�n sobre la ciudad de Santiago del
Estero (SDE), al noroeste del pa�s, cuya poblaci�n entre los a�os 2001 y 2010
creci� en casi un 10% (Indec, 2010)[2] debido
principalmente a la fuerte migraci�n del campo a la ciudad[3]
producto de la transformaci�n econ�mica operada en el pa�s. Esto hizo que la
ciudad no estuviera preparada para la recepci�n de estos flujos migratorios, lo
que aument� la localizaci�n de personas en zonas de alta precariedad
habitacional[4], que se
fueron asentando dentro y fuera de la trama urbana consolidada, y formaron una
serie de cinturones de pobreza.
Frente a esta situaci�n, y con la
reactivaci�n econ�mica del pa�s luego de la crisis de 2001, los tres niveles de
gobierno (nacional, provincial y local) comenzaron a desarrollar diversas
pol�ticas de intervenci�n urbana, cuya caracter�stica principal fue la
inversi�n en infraestructura y vivienda social. Una de las estrategias
privilegiadas implementadas por el Estado fue la relocalizaci�n[5] forzosa de
poblaciones en distintas zonas de la ciudad. La intervenci�n estatal sobre las
poblaciones se realiz� de manera sostenida y desordenada, lo que dio lugar a un proceso de
suburbanizaci�n que dej� intersticios vac�os y cre� cinturones marginales que,
parad�jicamente, fueron producidos por la misma intervenci�n estatal (Colucci,
Santill�n, & Caumo, 2005).
Sin
embargo, estas pol�ticas, lejos de revertir las condiciones de precariedad
habitacional a las que las poblaciones se encontraban expuestas, aumentaron y
provocaron otras y diferentes precariedades. Este concepto da cuenta, entonces,
de los procesos desiguales a los que se encuentran sometidas las poblaciones. Tradicionalmente,
la precariedad ha sido estudiada en relaci�n con la flexibilizaci�n laboral y
como consecuencia de esta (Lindenboim, Serino, & Gonz�lez, 2000; Crespo &
Serrano, 2011; Cano, 2007; Dom�nguez, 2007; Salvia & Tissera, 2002). Sin
embargo, la p�rdida de hegemon�a del trabajo como organizador del mundo social
(Avalle, 2010; Ciuffolini, 2010), y en la configuraci�n de subjetividades, ha
dado lugar a la emergencia de m�ltiples y diversas formas de expresi�n de
precariedades, no solo laborales, sino vinculadas a las duras condiciones de
supervivencia de miles de personas.
Se entiende a la precariedad como
efectuaci�n de poder que articula todas las dimensiones de la vida de los
sujetos (Araya, 2014; Zanin & Mattar, 2012). Pensar la precariedad de esta
forma implica la necesidad de indagar sobre diversas dimensiones de lo
precario, sus agentes y dispositivos de poder. Tanto Butler (2006, 2010) como
Lorey (2016) ofrecen herramientas te�ricas para el estudio de la precariedad
como modo de gobierno de los sujetos y como efectuaci�n del despliegue de
diversos dispositivos[6]. Estas
autoras definen la precariedad como la norma de gobierno neoliberal[7] que supone
la producci�n de exposici�n, inseguridad y a�n mayores grados de escasez.
Esta lectura ha dado luz a nuestras
entrevistas y nos ha permitido adentrarnos en el planteamiento de esta
categor�a anal�tica como central en nuestro trabajo. As�, entendemos a la precariedad como una
efectuaci�n cotidiana del despliegue de diversos dispositivos de poder que
exponen de manera diferencial a algunas poblaciones. Para analizar su
configuraci�n, hemos abordado los dispositivos, as� como tambi�n los sentidos que
esta asume en los relatos: buscamos advertir los dispositivos a trav�s de los
cuales opera el poder efectuando precariedad, pero tambi�n dar cuenta de
aquellas resistencias y luchas que emergen para hacerle frente[8].
Organizamos la presentaci�n de
acuerdo con los siguientes apartados: primero, una exposici�n detallada de la
perspectiva te�rica propuesta, en la que, por un lado, ubicamos el desarrollo
anal�tico de las relocalizaciones y, por otro, nos adentramos al concepto central
de este trabajo: la precariedad. En segundo lugar, presentamos las
caracter�sticas especiales del caso de estudio enfoc�ndonos en el contexto de
las relocalizaciones en la ciudad de SDE. En tercer lugar, describimos las
principales decisiones metodol�gicas asumidas para el an�lisis de casos
m�ltiples y an�lisis del discurso. En el cuarto apartado, se presenta el
an�lisis de los datos, donde se abordan los relatos de la precariedad: en el
primer sub�ndice, analizamos al Estado como principal dispositivo que la
configura; y, en el segundo, individualizamos las resistencias y luchas que los
sujetos oponen. Por �ltimo, concluimos el trabajo proponiendo que la
precariedad habitacional emerge en los relatos analizados como un proceso
desubjetivador mucho m�s amplio que la sola p�rdida del hogar. Refiere a un
proceso de dislocaci�n de los sujetos que modifica sus modos de vida y sus
relaciones sociales: laborales, vecinales, comunitarias, educativas. En
consecuencia, frente a la desposesi�n que supone la efectuaci�n de precariedad,
los sujetos interponen mayormente t�cticas escasamente organizadas y
familiares. La primac�a de las t�cticas por encima de procesos de lucha m�s
organizados expresa tanto la introyecci�n de mecanismos individualistas para
enfrentar la precariedad, como una resistencia que puede convertirse, con el
tiempo, en procesos colectivos de lucha.
1. Herramientas conceptuales: la
precariedad como efectuaci�n del dispositivo de relocalizaci�n, resistencias y
luchas
Desde hace algunos a�os, y como
parte de un proyecto m�s amplio del equipo de investigaci�n del que formamos
parte[9], venimos
trabajando sobre las pol�ticas p�blicas y la transformaci�n de las ciudades,
puesto que es a trav�s de las primeras que se interviene sobre poblaciones y
territorios, organizando las formas de gobierno sobre los sujetos. En
particular, nos interesa analizar la producci�n de desigualdad en las diversas
formas de habitaci�n de los sectores populares, y c�mo estas se vuelven objeto
de atenci�n de los Estados principalmente a partir de pol�ticas de
relocalizaci�n.
Este foco anal�tico es parte de una
preocupaci�n mucho m�s amplia que se viene desarrollando a nivel mundial, donde
las relocalizaciones son un tema extensamente abordado por los estudios
sociales[10]. Este
inter�s surge a ra�z de que son cada vez m�s los casos de realojamientos
voluntarios o forzosos a lo largo del mundo (con preponderancia de estos
�ltimos). Mucha de la literatura comenz� centr�ndose en los casos de
relocalizaciones rurales, como el trabajo de Catullo (1986), quien se centr� en
el caso de la represa de Salto Grande, entre Argentina y Uruguay, cuyas obras
supusieron la relocalizaci�n compulsiva de m�s de 20.000 habitantes urbanos y
rurales de ambos pa�ses; o los de Barab�s y Bartolom� (1992), quienes analizaron
los desplazamientos poblacionales por la construcci�n de presas en Am�rica
Latina (principalmente en Brasil). Otros an�lisis de casos rurales dan cuenta
de la importancia del Banco Mundial �incluso para la difusi�n de los t�rminos
�reasentamiento� o �reasentamiento involuntario�� en proyectos de
infraestructura rural a gran escala en pa�ses �en desarrollo� (Rogers &
Wilmsen, 2019).
De igual modo, en los �ltimos a�os,
numerosos estudios comenzaron a centrarse en casos de reasentamientos unidos a
pol�ticas de vivienda urbana y desplazamientos intraurbanos, como pr�ctica
desarrollada en distintos pa�ses del mundo. Entre ellos, los trabajos de De Camargo
Cavalheiro y Abiko (2015) sobre las relocalizaciones de favelas en Sao Paulo
(Brasil); el de De La Puente
Burlando (2015), quien analiza el reasentamiento de una comunidad por la
ampliaci�n del aeropuerto en Lima (Per�); los an�lisis de Diwakar y
Peter (2016) y Patel, Sliuzas y Mathur (2015) en la India; el de Nikuze et
al. (2019) en Ruanda; el de Spire, Bridonneau y Philifert (2017) en Etiop�a
y Togo; el de Lelandais
(2014) en Turqu�a; y el de Bogaert (2011) en Marruecos, por citar solo algunos
que dan cuenta de ello. Por otro lado, algunos de estos trabajos se centraron
en las condiciones de los individuos y comunidades antes o durante la
reubicaci�n, mientras que otros analizaron los efectos sobre las poblaciones
luego de las reubicaciones.
La creciente casu�stica sobre el
tema en todo el mundo ha permitido la sistematizaci�n de situaciones, acciones,
resultados, problemas y respuestas sociales, que mostraron adem�s un amplio
rango de variaciones contextuales. Sin embargo, lo novedoso en los �ltimos
tiempos es que la relocalizaci�n de poblaciones se ha establecido como pr�ctica
ejecutada por los Estados para promover la revalorizaci�n urbana (Bogaert,
2011; Leary & McCarthy, 2013; Noorloos & Kloosterboer, 2018; Watt &
Smets, 2017); y en Am�rica Latina esta pr�ctica se ha profundizado recientemente.
En especial, en Argentina, diversos trabajos permiten asumir cierta
sistematicidad con respecto a las relocalizaciones a lo largo del pa�s,
vinculados tambi�n a la especulaci�n inmobiliaria: Najman y Fainstein (2018)
analizan el reasentamiento de poblaciones a orillas del Riachuelo en La
Matanza; Brites (2016) problematiza sobre la segregaci�n espacial devenida de
esta pr�ctica en Posadas; Marengo (2001) es quiz�s una de las iniciadoras de
los estudios de relocalizaci�n en la ciudad de C�rdoba con el neoliberalismo; y
trabajos como los de Von L�cken (2008), Cervio (2015) y Elorza (2009) (por
citar solo algunos) analizan las relocalizaciones de villas de esa ciudad bajo
el programa provincial �Mi Casa, Mi Vida�.
Este �ltimo programa tambi�n fue
central en nuestras interrogantes como equipo de investigaci�n para el an�lisis
de las pol�ticas p�blicas y la configuraci�n de desigualdades, atendiendo
especialmente a las pol�ticas de relocalizaciones promovidas por el Gobierno
provincial en la ciudad de C�rdoba. La distribuci�n desigual de la tierra y la
vivienda, y los conflictos sociales que esta trae aparejados, han quedado
registrados en numerosas publicaciones: Ciuffolini y Scarponetti (2011),
Ciuffolini y N��ez (2011), Avalle et al. (2009), Saccucci (2017b) y
Hern�ndez (2018). Como parte de esta propuesta anal�tica, buscamos adentrarnos
tambi�n en los acontecimientos de ciudades intermedias y, por eso, el caso que
aqu� presentamos, centrado en Santiago del Estero, intenta dar cuenta de
procesos comunes y particulares en per�odos de gobierno neoliberal.
Todos
los estudios sobre relocalizaciones hasta aqu� enunciados han centrado su
atenci�n en diversos aspectos: limpieza y erradicaci�n de barrios marginales;
desalojos forzosos y expulsiones; desplazamientos; programas sociales de
vivienda; y regeneraci�n o renovaci�n urbana con reubicaci�n planificada[11].
Sin embargo, la precariedad ha sido escasamente abordada en relaci�n con
procesos como los hasta ahora expuestos.
A continuaci�n, se presentan las
principales herramientas te�ricas de las que nos valemos para dar cuenta de la
noci�n de precariedad. Cabe aclarar que, por motivos de extensi�n, esta
exposici�n no pretende exhaustividad de las diversas de perspectivas existentes
sobre concepto[12], sino
exponer los referentes te�ricos que han aportado a la comprensi�n/construcci�n
del objeto, y en particular, aquellos conceptos que dieron inteligibilidad a
este trabajo.
Nos interesa rescatar la
perspectiva de la precariedad en tanto constructo conceptual que resulta
novedoso en el �mbito acad�mico, pero en particular por su centralidad en las
din�micas sociales, econ�micas, pol�ticas y culturales que se desarrollan en
Am�rica Latina. Existe una vasta bibliograf�a �parte de la cual ha sido citadas
en la introducci�n� que aborda la cuesti�n precaria; sin embargo, la mayor�a
acota el concepto al estudio de las nuevas condiciones laborales.
La perspectiva que aqu� proponemos
recupera todos estos elementos, pero los ordena de manera diversa, ya que
entendemos que el neoliberalismo supone un nuevo modo de gobierno de los
sujetos basado en la precariedad. Esta incluye las reconfiguraciones originadas
por la flexibilizaci�n laboral, pero no se agota en ellas; por el contrario, la
precariedad es una renovada caracter�stica de la vida en la actualidad, aunque
con diversos alcances y expresiones. Para poder dar cuenta de ella y analizar
su configuraci�n, es preciso detenernos en la comprensi�n de sus
manifestaciones y contenidos espec�ficos a partir de casos concretos, y ese es
el desaf�o planteado en este trabajo[13].
Butler y Lorey se han constituido,
entonces, en las referentes centrales de este trabajo por la solidez anal�tica
de sus reflexiones vinculadas a la precariedad. Siguiendo a Lorey, la
precariedad es una norma neoliberal que rige y configura la vida de los sujetos
y, al mismo tiempo, supone un reparto desigual hacia ciertas poblaciones que
implica una profundizaci�n de esta. Para ello, se despliegan dispositivos que
la distribuyen de manera desigual (Lorey, 2016). Para Butler, �la precaridad designa una condici�n
pol�ticamente inducida en la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes
de apoyo sociales y econ�micas y est�n diferencialmente m�s expuestas al da�o,
la violencia y la muerte. Tales poblaciones se hallan en grave peligro de
enfermedad, pobreza, hambre, desplazamiento y exposici�n a la violencia sin
ninguna protecci�n� (Butler, 2010, p. 46).
Si bien la perspectiva que nos
ofrece Butler responde a la pregunta sobre qu� es la �precariedad�, a�n queda incompleta la respuesta a la pregunta
sobre c�mo se configura el proceso mediante el cual una existencia se convierte
en vida a ser cuidada y protegida, y otra, en vida a ser expuesta. La
perspectiva de Lorey (2016, 2011) es la que complementa las herramientas
conceptuales hasta aqu� analizadas y habilita a indagar sobre los mecanismos a
trav�s de los cuales se configura la precariedad. Para esta autora, la
precariedad representa tanto la condici�n como el efecto de la dominaci�n, y
debe ser estudiada como el instrumento de gobierno de las sociedades
neoliberales. Se trata de la administraci�n y gesti�n de la incertidumbre, la
exposici�n al peligro, los cuerpos y los modos de subjetivaci�n. De esta
manera, la precarizaci�n implica vivir con lo impredecible, la contingencia, la
exposici�n.
A pesar de que la autora retoma
muchos conceptos de Butler, presenta una diferencia sustancial. Para comprender
la particularidad del modo de gobierno de los cuerpos y poblaciones en el
escenario posfordista-neoliberal, no es suficiente con sostener que la
precariedad es distribuida de manera inequitativa. Por el contrario, esta forma
de administraci�n caracteriza al Estado de bienestar, pero no lo representa en
la actualidad, puesto que la exposici�n a la inseguridad ya no se circunscribe
a quienes est�n en la �periferia� de la sociedad, sino que, por el contrario,
es una nueva caracter�stica general del gobierno de la poblaci�n.
De esta manera, para conocer lo
precario, la autora propone como herramientas anal�ticas tres dimensiones:
condici�n precaria, precariedad y precarizaci�n como gubernamentalidad[14]. La
dimensi�n de la �condici�n precaria�
es recuperada de Butler y designa una condici�n socioontol�gica de la vida y
los cuerpos. No se trata de una condici�n individual ni de algo que exista en
s�, sino que es relacional y compartido con otras vidas precarias. Esta
condici�n precaria no existe m�s all� de lo social y lo pol�tico y, por ende,
no es independiente de la segunda dimensi�n de lo precario, la �precariedad�, que �ha de entenderse como una categor�a
ordenadora que designa los efectos pol�ticos, sociales y jur�dicos de una
condici�n precaria generalizada. Con precariedad se denomina el encasillado y
reparto de la condici�n precaria con arreglo a relaciones de desigualdad�
(Lorey, 2016, p. 27).
En otras palabras, se trata de una
precariedad jerarquizadora y clasificadora que produce un reparto diferencial
entre aquellos que son construidos como los �otros�. De esta manera, �el
proceso de normalizaci�n de la precarizaci�n no significa en modo alguno la
igualdad en la inseguridad. Dentro del marco de la gubernamentalidad neoliberal
no hay ninguna necesidad de terminar con las desigualdades, ni siquiera de
instaurar una igualdad en la inseguridad� (Lorey, 2016, p. 75).
De esta manera, la perspectiva que
nos ofrece Lorey permite profundizar sobre el concepto de lo precario, sus
implicancias y los modos desiguales en los que se distribuye. Sin embargo, ese
desarrollo te�rico a�n presenta interrogantes. Si el gobierno a trav�s de la
inseguridad es una condici�n generalizada de toda la poblaci�n, pero, al mismo
tiempo, existe una particular administraci�n de esta hacia ciertas porciones de
la poblaci�n, resta conocer de qu� manera se configuran dichos procesos. As�,
la desigualdad no es solo un �punto de partida�, sino tambi�n una efectuaci�n
del poder que hace necesario echar luz sobre la forma que asumen estas nuevas
desigualdades. En otras palabras, no solo no son abolidas las desigualdades,
sino que se configuran nuevas.
Para poder dar cuenta de la
configuraci�n de la precariedad que se analiza en este trabajo, precisamos
hacer dos aclaraciones: primero, la precariedad se produce como efectuaci�n del
despliegue de dispositivos de poder, y estos est�n constituidos por una red de
elementos heterog�neos: discursos, instituciones, dise�os arquitect�nicos,
decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados
cient�ficos, proposiciones filos�ficas y morales (Foucault, 2014). Segundo, en
la efectuaci�n de la precariedad se despliegan dispositivos de poder y se contraponen
resistencias y luchas de los sujetos con el fin de habilitar �espacios de
libertad�. Es importante se�alar que la agencia de los sujetos supone la
posibilidad de resistencias y luchas frente al despliegue del poder. Se trata
de la capacidad de producir nuevos espacios que expresen proyectos colectivos y
relaciones sociales �otras�.
En el caso de las resistencias, se
expresan en espacios cada vez m�s microsc�picos donde se organiza la vida
cotidiana, y que tienen al barrio como espacio fundamental de anclaje. Por
ejemplo, frente a la expulsi�n de los sectores populares hacia los m�rgenes de
la ciudad, los sujetos resisten los desalojos u ocupan nuevos espacios (aunque
cada vez m�s lejos y distantes del centro de la ciudad) para hacerlos propios
como espacios de vida. As�, junto con Merklen (2005) y Svampa (2005), podemos
decir que la pol�tica se territorializa al tiempo que el territorio se politiza
al dar lugar a la emergencia de formas pol�ticas alternativas a las dominantes
y a la producci�n de procesos de organizaci�n que potencian las posibilidades
de insubordinaci�n y resistencia. En definitiva, las resistencias no deben ser
entendidas como respuestas al ejercicio del poder, sino que dan cuenta de la
potencia creadora de los sujetos.
Por su parte, las luchas deben ser
entendidas como las pr�cticas desarrolladas por los sujetos en el marco de una
disputa agonal que se presenta como un juego de posiciones. Se enfrentan y se
oponen directamente al despliegue de los dispositivos de poder y al gobierno de
los cuerpos, las poblaciones y los territorios. As�, la lucha refiere al
enfrentamiento directo entre diversos sujetos sociales (De Certeau, 1996), un
momento del conflicto donde la tensi�n deviene en una contienda o disputa. Se
trata de la planificaci�n de acciones de manera met�dica en virtud de un
escenario conflictivo percibido.
As� pues, la precariedad puede ser
entendida como la efectuaci�n de un dispositivo de poder a la que se le oponen resistencias.
Esta forma de ejercicio del poder es directamente observable en poblaciones
objeto de pol�ticas p�blicas habitacionales que tienen a los desplazamientos de
poblaciones como principal estrategia.
Para poder dar cuenta de c�mo
operan los dispositivos de poder en la efectuaci�n de la precariedad, es
preciso atender casos concretos en los que estos se expresan. Por eso nuestra
decisi�n de trabajar con experiencias de relocalizaci�n en Argentina. A
continuaci�n, presentamos el contexto de implementaci�n de este tipo de
pol�ticas en la ciudad de SDE.
2. La ciudad de Santiago del Estero en
el marco de las relocalizaciones
La ciudad de SDE es la capital de
la provincia de nombre hom�nimo, y es su m�s importante centro pol�tico,
administrativo-financiero, comercial y proveedor de servicios. Ubicada en la
regi�n noroeste de Argentina, SDE, junto con La Banda (la ciudad contigua),
presenta los mayores niveles de pobreza e indigencia del pa�s, seg�n datos del
primer semestre de 2017. Para ese momento, el 45,4% de la poblaci�n se
encontraba por debajo de la l�nea de pobreza (17 puntos porcentuales por encima
de los promedios regional y nacional), en tanto que el porcentaje de personas
bajo la l�nea de indigencia alcanzaba el 13,1%, m�s del doble del registro
nacional que fue del 6,2% (Direcci�n Nacional de Asuntos Provinciales, 2017)[15].
Asimismo, las principales
caracter�sticas econ�micas y sociales de la provincia son la baja tasa de
participaci�n en el trabajo formal; la baja asalarizaci�n de la fuerza de
trabajo y significativa importancia de la categor�a del trabajo familiar; una
considerable importancia en el nivel urbano del sector informal, el empleo
p�blico y el servicio dom�stico, as� como una amplia ocupaci�n en el nivel
rural en actividades de subsistencia y de baja productividad (Tasso &
Zurita, 2013).
Dada su estructura econ�mica, es
una provincia que depende de manera considerable de los ingresos fiscales
provenientes de la naci�n[16]. Esto se
observa principalmente en las pol�ticas habitacionales implementadas en la
ciudad por organismos provinciales y nacionales entre los a�os 2003 y 2015
(per�odo de gobierno kirchnerista). Por ejemplo, en 2009, SDE era la quinta
provincia en gasto p�blico en vivienda y urbanismo per c�pita (tanto nacionales
como provinciales) (Capello & Galassi, 2011). Sin embargo, y a pesar de ser
extensa la intervenci�n en t�rminos de vivienda, las respuestas ofrecidas
distaron de ser consecuentes con el alto nivel de d�ficit de vivienda de la
ciudad[17].
Una de las estrategias
desarrolladas por el Gobierno provincial fue la de reubicar poblaciones en
nuevos complejos habitacionales. Se trata de poblaciones que ocupaban
asentamientos, es decir, territorios en zonas depreciadas por su valor en el
mercado. Mayoritariamente, se trata de casas precarias, con acceso a servicios
autogestionados y con r�gimen de tenencia de la tierra irregular (o escasamente
reconocido en su formalidad legal). Estas personas fueron reubicadas en nuevos
barrios (o anexadas a otros) ubicados por lo general en la periferia, donde se
dot� a las familias de un m�dulo habitacional y acceso a servicios. Sin
embargo, estas relocalizaciones son cuestionadas por sus habitantes por la
lejan�a al centro de la ciudad, por la precariedad constructiva de las
viviendas y el tama�o de los m�dulos, y por el surgimiento de nuevos problemas provenientes
de la relocalizaci�n (como, por ejemplo, el aumento de las actividades
delictivas o el consumo de estupefacientes), lo que genera nuevas formas de
precariedad.
Si bien este trabajo se construye a
partir de relatos de experiencias diversas de relocalizaci�n en la ciudad de
SDE, recuperamos contextualmente una de ellas para describir a qu� procesos
estamos haciendo referencia. En 2015, cobr� relevancia el desalojo de familias
en el barrio Almirante Brown para el desarrollo de la ampliaci�n del Desag�e
Pluvial Sur. La propuesta del Gobierno era proveerlos de m�dulos habitacionales
sin terminar, sin acceso a servicios de agua y electricidad, en un predio sin
trazado urbano, sin calles ni veredas, emplazados en el barrio Siglo XXI. Para
los vecinos y vecinas (aproximadamente 70 familias), esto implicaba abandonar
los predios que ocupaban desde hac�a m�s de 20 a�os, cuyas casas eran de techos
de losa (la gran mayor�a) y ten�an acceso a servicios; adem�s, estaban
localizadas dentro del tejido urbano, con conexi�n vial a diferentes zonas de
la ciudad.
La demanda de la poblaci�n se
centraba en relocalizarse, pero bajo las mismas condiciones habitacionales en
las que se encontraban; es decir, no estaban dispuestos a renunciar a sus
viviendas por opciones m�s precarias. Sin una orden de desalojo, con
amedrentamiento policial y sin un canal de di�logo abierto ni con la
municipalidad ni con el Gobierno provincial, se produjo la desarticulaci�n de
las familias, que fueron optando individualmente por distintas propuestas
ofrecidas por el Estado: los primeros aceptaron las viviendas precarias (unas
50 familias), mientras que los que m�s �aguantaron� lograron mejores
condiciones habitacionales (fueron ubicados en viviendas ya construidas cerca
del barrio original, aunque se trat� de residencias con problemas edilicios).
2. Decisiones
metodol�gicas para el caso de Santiago del Estero
Para
los fines de esta investigaci�n, hemos realizado un estudio de casos m�ltiple
sobre diversos procesos de relocalizaci�n territorial. Esta estrategia consiste
en la selecci�n de unidades de an�lisis, orientada tanto por la relevancia
emp�rica que estas presentan como por dimensiones te�ricas que requieren ser
informadas por los datos. Esta selecci�n �intencional� consiste en incorporar
aquellos casos que ofrecen una serie de particularidades que ponen en tensi�n,
ensanchan y crean nuevas interpretaciones o marcos conceptuales. Los casos �referidos
en la tabla 1� fueron seleccionados de acuerdo con la siguiente pregunta de
investigaci�n: �c�mo se produjeron los procesos de relocalizaci�n territorial
en SDE?
Estas
decisiones metodol�gicas tambi�n estuvieron guiadas por la hip�tesis de investigaci�n.
En este sentido, entendimos que los procesos de relocalizaciones territoriales
reconfiguran la vida de los sujetos relocalizados en diversos planos, por una
parte, materialmente, ya que suponen traslados forzosos que modifican las
condiciones de vida y, por otra parte, subjetivamente, dando lugar a nuevas
cotidianeidades y modos de relacionamiento y significaci�n.
De modo que, para analizar la
precariedad en las formas de vida de los sujetos, es necesario adoptar ciertas
decisiones metodol�gicas que nos permitan captar la significaci�n de conceptos
a partir de la experiencia cotidiana. De all� que la presente propuesta se
inscriba dentro de una estrategia metodol�gica de �dise�o flexible� (Vasilachis,
2006; Kornblit, 2007), la cual permite transformar las decisiones metodol�gicas
y epist�micas de acuerdo con lo que, en la �significaci�n� del objeto de
estudio, se presenta como novedoso o dif�cil de asir con el herramental te�rico
disponible. Para la recolecci�n o construcci�n de datos, optamos por la
realizaci�n de entrevistas en profundidad a vecinos/as objeto de las pol�ticas
p�blicas, a agentes institucionales vinculados al �rea de h�bitat de la
provincia de SDE y a miembros de diversas instituciones intervinientes en los
barrios relocalizados.
La selecci�n de las entrevistas en
profundidad, entre otras posibles, responde a diversos aspectos. Primero, a una
convicci�n epist�mica y pol�tica sobre la importancia de que las
investigaciones cient�ficas recuperen la voz de los sujetos en lucha, puesto
que es desde all� que es posible una producci�n de conocimiento que reconozca
al �otro/a� y sus saberes. Segundo, la entrevista personal, directa y no
estructurada permite una indagaci�n exhaustiva en tanto que se abre el campo
para que el/la entrevistado/a hable libremente y exprese de manera detallada
sus motivaciones, creencias y sentimientos sobre un tema (Mej�a Navarrete,
2000).
Se comprende, entonces, que el
fen�meno no es el evento observable y registrable a partir de sus
caracter�sticas, l�mites, pr�cticas, etc., sino el modo en el que es elaborado
y constituido el discurso que surge en las entrevistas. As�, lo observable pasa
a ser el espacio discursivo y, m�s espec�ficamente en su interior, aquellos
aspectos (palabras/categor�as, argumentos, etc.) que se presentan como comunes.
En este sentido, se analizan las entrevistas buscando hacer visibles las
grillas de inteligibilidad del campo social (Bitonte, 2005), esto es, los
juegos del lenguaje o los marcos mediante los cuales se ha construido el
sentido o la referencia.
La estrategia de an�lisis e
interpretaci�n de datos implica una posici�n epist�mica, y no solo t�cnica, que
se inscribe en una semiosis y gram�tica propia del objeto de estudio, de manera
que las herramientas del an�lisis del discurso (Van Dijk, 2000; Howarth, 2005)
nos han permitido articular el discurso te�rico con los lenguajes que emergen
del an�lisis del corpus. El an�lisis de discurso tiene como caracter�stica
colocar lo dicho en relaci�n con lo no dicho, procurando abrir aquello que el
sujeto dice y aquello que no dice, pero que constituye igualmente sentido. Se
centra en la materialidad del texto para comprender c�mo los sentidos y sujetos
se constituyen a s� mismos y a sus interlocutores/as, como efectos de sentidos
vinculados a redes de significaci�n. En definitiva, los textos no son el objeto
final de la explicaci�n, sino la unidad que permite tener acceso al discurso.
Para
alcanzar este tipo de an�lisis, trabajamos con el software cualitativo
Atlas.ti, que permite la codificaci�n y construcci�n de categor�as a partir de
la lectura de las entrevistas. La utilizaci�n de esta herramienta hace posible
la inmersi�n en las unidades significativas de los textos y un acercamiento al
desentra�amiento de los campos sem�nticos, entendiendo por estos los conceptos
centrales de toda formaci�n discursiva y la estructura l�xica que se teje en
cada momento hist�rico concreto que responde a las relaciones de fuerzas
imperantes. Consiste en un r�gimen de enunciabilidad y visibilidad de las
pr�cticas discursivas y no discursivas (Avalle, Gallo, & Graglia, 2012).
La tabla 1 sintetiza las
entrevistas realizadas sobre las cuales se bas� el an�lisis:
Tabla 1
Entrevistas realizadas
N.�
de entrevista |
Fecha |
Observaciones |
1 |
31/10/17 |
Arquitecto. Instituto Provincial de Vivienda y Urbanismo (IPVU). |
2 |
31/10/17 |
Militante de organizaci�n social. |
3 |
31/10/17 |
Abogado vinculado al IPVU. |
4 |
1/11/17 |
Abogada. Empresa constructora. |
5 |
1/11/17 |
Abogado vinculado al Gobierno de la Provincia de SDE. |
6 |
02/11/17 |
Exvecinas del barrio Almirante Brown. Relocalizadas en el barrio
Siglo XXI. |
7 |
2/11/17 |
Abogado vinculado a la Secretar�a de DD. HH. de la Naci�n en
SDE. |
8 |
2/11/17 |
Exvecinas del barrio Almirante Brown. Relocalizadas en el barrio
Siglo XXI. |
9 |
2/11/17 |
Vecina del barrio Almirante Brown. Militante del Mocase � V�a
Campesina. |
10 |
3/11/17 |
Funcionario vinculado al Dpto. de Antropolog�a. Facultad de
Humanidades, UNSE. |
11 |
3/11/17 |
Funcionaria vinculada a la Subsecretar�a de Planeamiento.
Municipalidad de SDE. |
12 |
3/11/17 |
Vecina del barrio Aeropuerto, vinculada al Patio del Indio
Froil�n Gonz�lez. |
13 |
4/11/17 |
Vecino de La Banda. Vinculado al Movimiento Evita. Trabajo territorial
en distintos barrios de la localidad. |
14 |
4/11/17 |
Estudiante de UNSE. Colaborador del barrio Tonocot�. |
15 |
6/11/17 |
Investigadora de Conicet. Trabaja sobre violencia institucional.
Facultad de Humanidades, UNSE. |
16 |
6/11/17 |
Abogada. C�mara Argentina de la Construcci�n. Delegaci�n SDE. |
Elaboraci�n propia.
3. Relatos
desde la precariedad: notas sobre los dispositivos que la efect�an
La precariedad es la efectuaci�n
del despliegue de diversos dispositivos de poder. No se trata de la sumatoria
de situaciones individuales ni de efectos de �malas gestiones o pol�ticas�,
sino de una caracter�stica estructural que refiere a un modo de gobierno de las
poblaciones que se asienta de manera especial en los sectores populares.
Se trata de la exposici�n,
contingencia, escasez, a la que son sometidos los sujetos y que atraviesa sus
historias de vida, como vidas signadas por la desposesi�n. En las diversas
entrevistas analizadas, la idea de p�rdida se encuentra constantemente presente
y refiere a lo �arrebatado�, aquellas condiciones m�nimas de vida que los
sujetos hab�an podido garantizarse y que, fruto del despliegue de estos
dispositivos, pierden:
Y,
bueno ah� empez� una locura de que la gente se ha empezado a desesperar, de que teniendo miedo de que los iban a venir y los iban a sacar a la calle, sin nada. Bueno, otra
gente como que se ha empezado a organizar,
a decir: �No, gente, esperen, no nos pueden venir a sacar as�, que tenemos derechos que reclamar�. Bueno, hab�a
gente que no, que ten�a miedo, otra gente que, a decir verdad, le ven�a bien
porque la gente que viv�a m�s al fondo, digamos, gente que ten�a casa muy precaria [...] les
llevaban a una casa que estaba muy al norte, cerca del cementerio de la ciudad.
Es una zona donde ellos ah� no ten�an
luz, no ten�an agua, no ten�an... todav�a hasta el d�a de
hoy no cuentan con escuelas, no cuenta con presencia policial [...]
las casas, a donde ellos los llevaban, son casas de durlock, paredes de durlock, parece. Bueno, la gente es gente que
le conven�a irse que ten�an casita de nylon, otra gente que no, pero el mismo miedo que ten�an han decidido irse. En
esos tres d�as, la gente ha desarmado todo, han venido, los han llevado en el
cami�n de la municipalidad, los han
dejado y los han tirado. [...] Y bueno, gente que ha decidido irse; de las
50 familias, quedamos 20 familias, y la mayor�a, todas las familias que
quedamos con casa bien, la mayor�a terminadas, algunos (...) propiedad, que
era, nada escrituras que hab�a dado Gobiernos anteriores (...) la mayor�a ten�a todo terminado, casa,
techo de losa, terminado cocina, algunos los ba�os y qu� s� yo. Y bueno, las 20
no quer�amos irnos all� donde ellos nos quer�an llevar, que era el barrio
Bel�n, no, no quer�amos, no est�bamos
dispuestos, porque aparte as� en
tres d�as como nos han venido, nos han llevado, y nos han tirado. No
quer�amos, porque ve�amos que no era para nosotros, aparte era una zona muy peligrosa, no quer�amos (6:2)[18].
ER2: Y
respecto de los vecinos que se han ido a los m�dulos, que se han ido a Bel�n,
�saben cu�l es su situaci�n, digamos? EO1:
Bueno, de la gente del Bel�n s�, algo sabemos, porque, como te digo, se ha ido
un t�o, despu�s se han ido la suegra de ella, digamos, ah�... Ella va siempre,
por ah� los domingos va. Bueno, de ah� s�, como te digo lamentablemente... es triste verlo hoy d�a a los chicos
como est�n, les ha cambiado mucho la
vida, much�simo, pero la mayor�a como que para mal. Porque... como te dec�a yo, aqu� los ve�as a los chicos
como que ten�an mucho futuro se los
ve�a, y verlos hoy en d�a c�mo
est�n, la verdad que les ha cambiado
much�simo la vida. Y la gente que se ha ido a los m�dulos casi no los vemos,
pero dentro de todo ellos est�n bien, es una zona que es tranquila, s� han
tenido que hacer, digamos, ampliar un poquito porque eran m�dulos muy chiquitos. Creo que a donde ellos los han llevado. Despu�s, han llevado
a otra gente que han desalojado tambi�n
de otro lugar, no s� si era de las zonas que han hecho por ah� una costanera,
bueno que los han desalojado tambi�n
y los han llevado para ah�, a donde
est�n los vecinos ellos. Y esos m�dulos tambi�n est�n sin terminar y, bueno, despu�s lo han llevado igual. EO2: Estaban sin luz (13:47).
En estas citas es posible hacer
inteligible c�mo las comunidades atraviesan por la p�rdida de aquello que han
sabido conseguir y que resulta fundamental para la satisfacci�n de sus
necesidades. La autogesti�n en la producci�n del h�bitat como forma de hacer
ciudad (caracter�stica de las sociedades latinoamericanas frente a la falta de
respuestas y acciones del Estado para garantizar los derechos) es aquello que
ha hecho posible la vida de estas poblaciones. Han sobrevivido a partir de la
autogesti�n �mayormente familiar y en algunos casos colectiva�, que les ha
permitido resolver sus necesidades habitacionales, incluso de manera precaria.
El Estado avanza frente a estos
procesos autogestionarios de las comunidades relocaliz�ndolos por la fuerza. En
las referencias a las relocalizaciones encontramos usos recurrentes del verbo �haber�
en su sentido negativo ��no hay�, �no hab�a�� acompa�ado de pronombres
indefinidos como �nada�. Este uso gramatical refiere al sentimiento de p�rdida,
de aquello a lo cual los sujetos pudieron acceder y de lo que, debido a la
acci�n estatal, fueron despose�dos �calidad de la vivienda, luz, agua, escuela:
no hab�a luz, agua, seguridad�. El sentimiento de p�rdida emerge incluso en
relaci�n con el futuro de los j�venes: �ten�an mucho futuro� y �han cambiado
para mal� son expresiones que en el discurso se encuentran vinculadas al
proceso de relocalizaci�n, ya que este marca un antes
y un despu�s, no solo en las condiciones de vida, sino, incluso, en los modos
de ser, estar y la posibilidad de proyectar.
La caracter�stica de los barrios
creados por el Estado para las relocalizaciones contrasta con otros territorios
que disponen del acceso a los recursos necesarios para la vida. Esto remite a
la presencia de un ordenamiento territorial que distribuye y gestiona la
precariedad. As�, el propio accionar estatal configura territorios apreciados �con
condiciones adecuadas para la vida� y territorios depreciados �aquellos
caracterizados por contar con �nada��, que dificultan el desarrollo de la vida.
El Estado emerge en las entrevistas como el principal dispositivo de poder que
efect�a la precariedad.
En este sentido, es preciso
reconocer la precariedad como, por una parte, modo generalizado de gobierno de
la poblaci�n, que refiere a la exposici�n de los sujetos que deben resolver
todas sus necesidades en el mercado; y, por otra parte, como un reparto
desigual que se expresa en la configuraci�n que el Estado produce de dos tipos
de territorios: territorios apreciados, destinatarios de la inversi�n en
infraestructura �p�blica y privada�, y los territorios depreciados, que se
caracterizan por este tipo de ausencias.
Es posible, entonces, advertir en
el discurso una oposici�n entre lo que se denomina �apropiaci�n-expropiaci�n�,
que se vincula especialmente con los efectos del despliegue de los dispositivos
de poder. La primera refiere al proceso de habitar de los sujetos, que, como
se�ala Lefebvre, significa �apropiarse de algo. Apropiarse no es tener en
propiedad, sino hacer su obra, moldearla, formarla, ponerle sello propio.
Habitar es apropiarse de un espacio� (1971, p. 210). La apropiaci�n supone
procesos sociales de producci�n de lo propio, lo com�n. De all� que se
construya una estrecha relaci�n entre apropiaci�n y significaci�n, ya que toda
apropiaci�n material es �al mismo tiempo� simb�lica, puesto que se apropia de
aquello que tiene/hace sentido (Man�ano Fernandes, 2013). As�, el habitar se
diferencia del h�bitat, ya que este �ltimo pone el �nfasis en el recurso y el
espacio f�sico, mientras que el habitar se focaliza en los procesos sociales de
moldeado y significaci�n.
Por su parte, la expropiaci�n
refiere a la destrucci�n de la apropiaci�n, la negaci�n del espacio construido
y significado:
pero
nosotros no pod�amos tirar nuestra
casa que hab�amos hecho con tanto sacrificio, cuantos a�os, por
ah�, como nosotros dec�amos, dejamos de
festejar un cumplea�os, dejamos de comprarnos algo que queremos por terminar de
hacer, para dignamente, tratar de vivir bien, y c�mo vamos a
venir de un d�a para el otro con los bolsos (...) No, yo era de que si ellos
nos quer�an sacar, de que se nos reubique, al menos en las zona sur, donde
nosotros aqu� estamos viviendo, que aqu� la mayor�a ten�a su trabajo, los chicos ten�an
aqu� toda la escuela, ten�an la
catequesis, la iglesia cerca y era todo aqu� donde, la vida que ten�amos nosotros, eh, que si ellos nos
quer�an sacar que nos reubiquen en zona sur, que es un barrio que tiene todo, tiene escuela, ten�a
todo (6:6).
En esta cita, se expresa la
vinculaci�n entre la apropiaci�n y la significaci�n: la imposibilidad de
�tirar� lo que las propias manos han construido supone un proceso simb�lico que
trasciende el mero h�bitat. Es decir, un proceso amplio de producci�n del
h�bitat como habitar y, con �l, el del sujeto. En esa apropiaci�n material del
espacio, se construyen el espacio de desarrollo de la vida, los v�nculos
comunitarios/vecinales/afectivos, las fuentes de trabajo, los espacios de
aprendizaje, de ocio, de relacionamiento con otros/as. Por ese motivo, el
desalojo implica la p�rdida no solo del espacio f�sico, sino tambi�n de esos
v�nculos y espacios construidos, de los medios de subsistencia mismos. El
desalojo produce entonces un proceso de desubjetivaci�n que implica el desarraigo
y la expulsi�n del lugar que han construido como com�n (Ciuffolini, 2011). As�,
apropiaci�n y subjetivaci�n son partes de un mismo proceso. La contracara de
ese proceso es el acto desposesorio, el arrebato de lo construido y significado
en la b�squeda por �vivir dignamente�; es decir, la acci�n externa y no deseada
significa la p�rdida cuyo reemplazo es �la nada�.
A su vez, en la cita, emerge la
idea de �sacrificio� como el camino al que est�n expuestos los �pobres� para
poder tener algo, tener en cuanto a su valor de uso, el esfuerzo, el �aguante�
necesario para constituirse en merecedores de algo cuando se est� por fuera del
dispositivo de mercado. Es la precarizaci�n m�xima de la vida, la exposici�n
total que la encierra y, al mismo tiempo, aquello que posee la potencia para
mejorarla. Se construye en el relato una relaci�n rec�proca y compleja entre la
precariedad y la no precariedad, donde el pasaje de la precariedad a la no
precariedad exige la profundizaci�n de la primera como condici�n de sobreponerse
a la precariedad. La abnegaci�n asume la forma de sometimiento a la escasez y a
su administraci�n para convertirlo en �algo� a trav�s de su resignificaci�n
(Saccucci, 2019).
De este modo, en las entrevistas
analizadas, la precariedad asume dos dimensiones: la primera, la precariedad
como historia de vida, como una condici�n preexistente que ha expuesto a los
sujetos a la escasez. Frente a esta precariedad, los sujetos han desarrollado
diversas estrategias que hac�an posible la supervivencia. La segunda dimensi�n
de la precariedad refiere a un nuevo movimiento precarizador, una efectuaci�n
de la desposesi�n que vuelve a sumir a los sujetos en la escasez y la
exposici�n:
ER:
�y qu� lectura hacen de la (...) o cu�les son las problem�ticas principales de
los barrios? EO: bueno, hay muy poca accesibilidad a los servicios b�sicos.
En los barrios que no est�n urbanizados, la gente se la arregla para tener
los servicios b�sicos, tirando una
manguera de la avenida... despu�s al fondo ya te llega as� (en referencia a que
es poca) de agua, pero as� tienes agua, digamos... o la electricidad lo mismo,
cada uno va poniendo un palo
adelante de la casa y va tirando la
electricidad para el fondo y se viven quemando heladeras, televisores... Hay
barrios que no est�n nada urbanizados,
que han tenido programas de urbanizaci�n que no sabemos qu� es lo que ha pasado
con eso... Por ejemplo, en La Cat�lica estaba el Programa de Mejoramiento
Barrial, financiado por el BID que, supuestamente, creo que era en 2011, ten�a
que arrancar la segunda etapa, o sea que cuando arranca la segunda etapa la
primera ya est�... �y hab�a una sola calle asfaltada! �Nada m�s! Y ese programa
era para que la gente tenga gas,
tenga agua, tenga electricidad, recolecci�n de residuos... que armen cord�n
cuneta, que asfalten las calles, qu� se yo... hoy, al d�a de
hoy, reci�n han superado la calle donde terminaba la primera etapa, al
d�a de hoy deben ir dos o tres cuadras m�s adelante de donde terminaba la
primera etapa (10:7).
En esta cita se enuncia una
caracter�stica ya abordada: la precariedad como �ausencia de�. Se trata de la
ausencia de servicios que es transversal a los barrios populares, sin importar
si han sido barrios relocalizados o no. El �nfasis en la ausencia de servicios
se vincula con aquellas condiciones que dificultan la vida, con el riesgo al
cual son expuestas. El l�xico �nada� resulta un articulador de los discursos,
como la inexistencia de las condiciones b�sicas para hacer la vida posible. No
se trata de una perspectiva que pone �nfasis en la evaluaci�n de la
infraestructura urbana y la conectividad con la ciudad, sino, m�s bien, desde
la ausencia de vida, all� donde no hay disponibilidad de los recursos que la
hacen posible. As�, los relatos de los barrios populares expresan la
efectuaci�n de territorios no vivibles. La inseguridad en las condiciones de
vida es un efecto de la precariedad. Esto se expresa en el uso del presente
continuo ��van poniendo�, �van tirando��, que remite a las t�cticas cotidianas
de los sujetos para hacerle frente a la escasez: aquellas pr�cticas cotidianas
que buscan hacer la vida posible frente a la �ausencia de�.
Se configura una dualidad en el
discurso entre �no tener � tenemos�. El �no tener� se asocia a no tener agua,
no tener impuestos, no tener �nada�. Aqu�, �no tener nada� se relaciona con la
falta de garant�a de derechos de los sujetos que habitan estos territorios. No
se trata solo de un imaginario sobre las ausencias de servicios, sino que los
inaccesos se vinculan con el desconocimiento de estos individuos como sujetos
de derecho. As�, la �nada� se encuentra estrechamente relacionada con no ser
visto, no ser tenido en cuenta.
Del mismo modo, cuando se vuelven
visibles (en calidad de asistidos) para las acciones del Estado (por ejemplo,
en la cita anterior, a trav�s de un programa de urbanizaci�n de asentamientos),
estas se vuelven a�n m�s precarias: la respuesta estatal refuerza la
incompletitud, deja �a medio hacer� los intentos de mejora urbana. Queda
entonces en el imaginario lo que se podr�a haber conseguido (gas, agua,
electricidad).
El Estado funciona como dispositivo
de poder que efect�a la precariedad al jerarquizar y desigualar territorios y
poblaciones. A lo largo de este apartado, hemos expuesto las realidades pasadas
y presentes (conjugadas en expresiones como �todo�/�nada�) que se producen a
partir de las intervenciones estatales, y c�mo estas dan lugar a nuevas y
diferentes formas de precariedad: desde casas autoconstruidas precariamente, a
viviendas insuficientes que desarticulan relaciones sociales preexistentes;
desde hacer propia una forma de habitar hasta expropiaciones devenidas con el
acceso al h�bitat; desde el acceso irregular a bienes y servicios hasta el
inacceso real configurado a trav�s del Estado. Sin embargo, en toda relaci�n de
poder hay una oposici�n que resiste, y en toda din�mica de precarizaci�n se
articulan formas de subvertirla.
4. Las
resistencias y luchas de los sujetos frente a la precariedad
Frente a las desposesiones, las
poblaciones oponen resistencias y luchas. Las resistencias no asumen una forma
articulada, como organizaci�n, sino que suponen pr�cticas menos estructuradas,
cotidianas, es decir, t�cticas que los sujetos oponen al despliegue de los
dispositivos de poder. Las t�cticas dan cuenta de ejercicios resistentes de los
sujetos, se despliegan en la vida cotidiana y expresan resignificaciones del
funcionamiento de los dispositivos. No son enfrentamientos directos, sino
pr�cticas cotidianas escasamente organizadas que desaf�an la reproducci�n de
las relaciones de poder.
Al decir de De Certeau (1996), las
t�cticas son las acciones cotidianas ancladas en la importancia del tiempo y
las posibilidades que puedan generarse. Es decir, depende de la habilidad de
los sujetos sacar provecho de las situaciones. As�, el propio ejercicio del
poder implica la posibilidad de reinvenci�n (Saccucci, 2019).
Por otra parte, encontramos
tambi�n, aunque en menor medida, procesos de lucha que se organizan frente a la
operatoria de los dispositivos que desposeen a los sujetos de sus territorios.
Estas luchas se caracterizan por ser procesos colectivos, organizados y que
suponen la percepci�n de un escenario de enfrentamiento entre partes. A
continuaci�n, reflejamos estos sentidos hallados en el an�lisis de las
entrevistas.
Las
resistencias de los sujetos: t�cticas frente a la desposesi�n
La producci�n del h�bitat a trav�s
de la autogesti�n materializa las expectativas de los sujetos. El esfuerzo, la
dedicaci�n puesta para hacer la casa habitable y el barrio vivible, se conjugan
con una sensaci�n de �aguante�, de soportar y enfrentar las formas m�s adversas
para hacer posible la supervivencia.
Los procesos de desalojo han
implicado profundas presiones, amenazas y violencia sobre las comunidades. En
los relatos, emerge un proceso de resistencia que se vincula m�s con procesos
contestatarios desorganizados y familiares que con estrategias de lucha
colectiva. Si la consecuci�n de la vivienda hab�a supuesto sobrevivir a
condiciones precarias anteriores, ahora defender lo construido los enfrenta a
nuevas indefensiones/exposiciones. As�, la idea de �aguantar� resulta
caracter�stica de estos relatos. En la entrevista a continuaci�n, se vincula el
accionar policial en el desalojo con el amedrentamiento psicol�gico y, frente a
eso, la posibilidad del �aguante�:
�Uh!,
la tensi�n que hemos tenido �fue horrible! porque ven�a la m�quina y
estaba atr�s de tu casa. Bueno, hoy en d�a lamentablemente las consecuencias son de los chicos que est�n teniendo problemas, por ejemplo, la chiquita de
ella, el nenito de otra vecina tambi�n, que lamentablemente le ha afectado psicol�gicamente, �una
barbaridad! Y no solamente la presi�n de la polic�a, las m�quinas que te ven�an
y te apuraban ah� en frente de tu casa, a espalda de tu casa. Esa presi�n hemos tenido en el �ltimo
tiempo. Muy, muy estresante, muy
estresante. Y bueno, a la vez, algunos vecinos dec�an: �Oiga, hasta aqu� llego, no doy m�s�, (risas)...
el que m�s aguantaba era el que
terminaba ganando, aqu� era la
resistencia del que m�s aguantaba. El que m�s aguantaba era el que
terminaba logrando lo que realmente quer�a, luchaba por lo que quer�a: que nos
reubiquen en otra casa, salir de una casa e ir a otra casa (6:15).
Quienes lograron �aguantar�,
resistir a esos embates, son quienes lograron conservar o negociar aquello que
hab�an elegido. Se trata de una resistencia a una forma de ejercicio de poder
desposesoria que profundiza la precariedad a la cual se encuentran expuestos.
En otras palabras, el �aguante� es la t�ctica de resistencia que les permiti�
defender sus vidas de una situaci�n a�n m�s desposesoria, incluso cuando esto
supuso la exposici�n a grandes niveles de violencia.
El desgaste, el cansancio y la
violencia de las amenazas de desalojo calaron hondo sobre las decisiones de los
sujetos, quienes comenzaron a optar individualmente, hasta donde �el aguante�
se los permiti�. De all� que las fracturas internas entre vecinos/as es una de
las principales consecuencias de los desalojos y las operatorias que los
acompa�an.
El
�aguante� no se refiere a un sacrificio resignado y estoico, sino que supone
una t�ctica de resistencia. Esta t�ctica se encuentra profundamente vinculada a
la voluntad de permanecer, conservar y defender aquello que representa mucho
m�s que una vivienda. Supone reducir la precariedad a la cual estos sujetos han
sido expuestos hist�ricamente a partir de defender la tierra.
La
producci�n de la vivienda a trav�s de la autogesti�n construye otra forma de
relacionarse con la tierra, un modo no mercantil de acceso al suelo que
prioriza su valor de uso y lo percibe como lugar de cobijo y resguardo para la
vida, frente a la mirada que la significa como un valor de cambio y un negocio
para la acumulaci�n. Estas t�cticas suponen, en consecuencia, el desarrollo de
un �habitar�, un permanecer que sobrepone la precariedad a trav�s del
sacrificio. En consecuencia, habitar significa apropiarse, construir algo
propio, lo que el cuerpo en su potencia puede producir, y que se encuentra
cargado de sentido y valor personal.
De
all� que la t�ctica del �aguante� debe ser entendida como la principal forma
que asumen las resistencias analizadas. Refiere a las resistencias
desorganizadas que los sujetos oponen a la desposesi�n a partir de aguantar la
violencia a la cual son expuestos en pos de conservar el espacio creado.
Las
luchas frente a la desposesi�n
En los discursos analizados,
encontramos tambi�n relatos que dan cuenta de diversas experiencias
organizativas para luchar contra la desposesi�n. Estos relatos aparecen en
menor medida que las resistencias individuales, pero reflejan experiencias de
recuperaci�n de aquello que les fue arrebatado. En general, estos discursos se
vinculan con experiencias anteriores de lucha contra desalojos,
fundamentalmente en el sector rural. Las experiencias pol�ticas previas de
algunos/as referentes fueron aquello que hizo posible la organizaci�n
colectiva:
S�,
en Pinto ha sido una lucha en el 2001,
en la �poca del boom de la soja
que han venido los grandes empresarios
a desarrollar... a quitarles las tierras.
Nosotros hemos tenido como cinco desalojos
en Pinto. Han venido, han desalojado a las familias [...] Pero las cinco
veces que han desalojado han entrado polic�as con jueces a voltear las casas y
sacar a las familias a la fuerza [...] Pero despu�s nos organizamos y retomamos
la tierra. En Pinto no hay un pedazo de tierra que no han desalojado y no
hemos vuelto m�s, no hay, porque hemos
vuelto a retomar. Nos organizamos
y fuimos y entramos. Y s�, es un trabajo para volver hacer la casa, pero lo hicimos (9:3).
En este extracto, se relatan los
procesos de desalojo en la localidad de Pinto en manos de grandes empresarios
vinculados al agronegocio[19]. Frente a
esta desposesi�n, las comunidades organizadas junto con el Movimiento Campesino
de SDE fueron paulatinamente recuperando las tierras y reconstruyendo sus
hogares. Esta experiencia es recordada por una de las referentes del actual
proceso de lucha en la ciudad como intento de marcar su continuidad. La
experiencia previa y la formaci�n adquirida en luchas pasadas es lo que explica
la presencia de algunos procesos actuales de lucha en contra de nuevas
desposesiones. As�, �volver a retomar� refiere a la vehemente lucha en contra
de los procesos precarizadores. Al decir de Man�ano Fernandes (2008) �con
respecto a su estudio sobre las ocupaciones de tierras rurales en Brasil�, �la
ocupaci�n de tierras es conocimiento construido sobre las experiencias de lucha
popular contra el poder hegem�nico del capital. Es un complejo proceso
socioespacial y pol�tico, en el cual las experiencias de resistencia de los sin
tierra son creadas y recreadas [...] Esta experiencia tiene su l�gica
construida en la pr�ctica y tiene como componentes constitutivos la indignaci�n
y la revuelta, la necesidad y el inter�s, la conciencia y la identidad, la
experiencia y la resistencia� (pp. 337-338).
M�s all� de las particularidades de
las luchas (sean urbanas, periurbanas o rurales), las ocupaciones �o tomas� de
tierra contempor�neas son la manifestaci�n no solo de una necesidad material
concreta, sino tambi�n de un aprendizaje construido colectivamente en la
historia de las luchas populares. En ese sentido, las luchas contra la
precariedad se asientan sobre la base de experiencias cotidianas compartidas.
No se trata de procesos conflictivos que se organizan de manera espont�nea,
desconectados de las pr�cticas cotidianas, sino, por el contrario, de una vida
cotidiana que permiti� la creaci�n de lazos entre vecinos/as que resulta
fundamental para explicar las luchas posteriores:
En
los dos a�os que estamos, hemos hecho mucho: conocer y hacer conocer. Y lo
m�s lindo es que a veces vienen las compa�eras del merendero, se sientan y
charlan, intercambian de sus problemas, te cuentan, los compa�eros que est�n
ah� en los block, que nunca se han juntado, y
cada uno en su casa y capaz que ni se conoc�an ni se saludaban, pero est�n ah�, charlando, ri�ndose, y eso es parte de la lucha, parte de la
organizaci�n. Verlos en la huerta todos sembrando o sentarse a tejer, un grupo
haciendo los dulces, eso es muy motivador estar juntos. Y ellos mismos a veces
comentan que ni sab�an qui�n era el otro, ni se saludaban. Y a veces ellos
mismos dicen �y hoy estamos tomando
mates�. Y esas cosas son las que se valorizan. Bueno, alg�n d�a que
tengamos problemas de tierra que venga alguien que diga �esto es m�o�, ya
estamos sabiendo c�mo vamos a responder. Nadie
tiene que aflojar, todos tenemos que ir juntos, sino bueno, ellos tambi�n
tienen como experiencia, del lugar
del barrio de donde se han tenido que ir porque uno dec�a �arreglo�, el otro
�no arreglo�, y algunos se han quedado y la mayor�a se han ido... ER: �eso
ustedes lo vienen charlando? EO: ellos mismos dicen: �Si yo hago mi casa, no la voy a entregar el d�a de ma�ana� (9:6).
En este extracto, se refleja c�mo
la vida cotidiana asume un sentido colectivo a partir del �encuentro� entre
vecinos. Cuando la vida cotidiana deja de ser pensada en sentido individual y
comienza a ser vivida colectivamente, se politiza. La politizaci�n de los espacios de la vida cotidiana
supone una ampliaci�n de las fronteras de la pol�tica, en especial sobre
aquellos espacios antes considerados como propios del �mbito de la
reproducci�n. As�, la pol�tica se territorializa, al tiempo que el territorio
se politiza (Merklen, 2005; Svampa, 2005). En esta din�mica, las organizaciones
sociales de base territorial se convierten en espacios de emergencia de
proyectos pol�ticos y procesos de organizaci�n que potencian las posibilidades
de insubordinaci�n y lucha.
Los
espacios de encuentro entre vecinos/as (merenderos y copas de leche,
emprendimientos productivos cooperativos, entre otros) se organizan como
estrategias para hacer frente a la precariedad. Esta comunidad en desarrollo es
el sustento que permite las pr�cticas de lucha frente a nuevas desposesiones,
como son los desalojos. As�, de acuerdo con el an�lisis realizado, las luchas
frente a los desalojos solo pudieron organizarse all� donde exist�an
experiencias previas de comunidad y de participaci�n en otros procesos
pol�ticos de enfrentamiento.
5. Reflexiones
finales
En este art�culo, hemos indagado
sobre la efectuaci�n de precariedad en casos de relocalizaci�n territorial en
la ciudad de SDE, Argentina. Analizamos en especial aquellas poblaciones que,
habitando sitios de precariedad, son reubicadas, por acci�n del Estado, en
otros territorios, lo que reproduce sus condiciones precarias, pero, a su vez,
genera otras y diferentes formas de precariedad (como, por ejemplo, la
dificultad de acceder a servicios b�sicos como agua y luz). A continuaci�n,
referiremos los que consideramos los principales aportes de esta investigaci�n.
En primer lugar, a partir del
an�lisis de discurso, hemos identificado que la caracter�stica principal de los
relatos es la precariedad, en especial la vinculada a la cuesti�n habitacional.
Esta noci�n, ampliamente expuesta en este estudio, emergi� del mismo trabajo
sobre las entrevistas y fue el concepto central que nos permiti� enriquecer la
relaci�n entre la teor�a y el dato, proponiendo una mirada extensiva sobre las
relocalizaciones.
En segundo lugar, la precariedad se
manifiesta como la condici�n de vida a la cual son sometidas diferencialmente
algunas poblaciones por el despliegue de diversos dispositivos de poder. En el
caso analizado, la precariedad se profundiza a partir del proceso de
relocalizaci�n instrumentado y dinamizado por el Estado. De este modo, este
aporte refiere a la vinculaci�n te�rico-emp�rica entre las perspectivas aqu� se�aladas
sobre precariedad, conceptos de la perspectiva foucaultiana y los abordajes
sobre las relocalizaciones forzadas.
Como tercera contribuci�n, esta
investigaci�n permite conocer emp�ricamente las caracter�sticas de la
precariedad en un caso espec�fico. Esto supone, al menos, dos aportes. Primero,
conocer las diversas manifestaciones posibles de la precariedad. Esto en s�
mismo debe ser entendido como una contribuci�n, ya que el concepto de
precariedad aqu� propuesto es mucho m�s amplio que aquel vinculado a los nuevos
reg�menes laborales. Segundo, conocer espec�ficamente las caracter�sticas que
asume la precariedad en una ciudad argentina con altos niveles de pobreza.
En cuarto lugar, esta investigaci�n
aporta conocimiento en un �rea �vacante� de las Ciencias Sociales, que es el
estudio de los procesos de relocalizaciones en el marco del proceso de
�renovaci�n urbana� en el caso concreto de SDE. Decimos que es un �rea vacante,
ya que no hemos podido hallar antecedentes de investigaciones sobre este
�fen�meno� espec�fico, en este caso concreto. Asimismo, consideramos que se
trata de un aporte a los an�lisis sobre los modos de gobierno que se vienen
realizando sobre la provincia y la ciudad en los �ltimos tiempos (Vommaro &
Quir�s, 2011; Godoy, 2012; Tasso & Zurita, 2013; Capello & Galassi,
2011, entre otros citados en el texto).
En quinto lugar, esta investigaci�n
concluye que existe un profundo v�nculo entre los procesos desposesorios que
resultan del despliegue de los dispositivos de poder y un proceso
desubjetivador. Emergen dos expresiones de la precariedad habitacional: una
pasada, que se expresa en historias familiares en b�squeda de una vivienda
digna, y otra actual, que remite a nuevos procesos de desposesi�n. Estos
refieren, en un primer acercamiento, a la p�rdida del hogar construido con las
propias manos, con el esfuerzo y sacrificio familiar. En un acercamiento m�s
profundo a los datos, estos nuevos procesos de desposesi�n son vividos por los
sujetos como p�rdidas, arrebatos que no se circunscriben al hecho de perder el
hogar, sino que tienen un alcance mucho mayor. La nueva desposesi�n los coloca
en condiciones de precariedad y exposici�n y supone, a su vez, un proceso
desubjetivador. La desubjetivaci�n se produce all� cuando los sujetos son
desarraigados, expulsados del lugar que han construido colectivamente, ya que
se fracturan los procesos de apropiaci�n. Supone una modificaci�n profunda en los modos de vida de los
sujetos y una ruptura de las relaciones sociales configuradas que conformaban
un �nosotros� percibido. La desubjetivaci�n se
expresa en ideas como la p�rdida del futuro y la posibilidad de proyecci�n, ya
que el sujeto ha sido dislocado.
En sexto lugar, en cuanto a los
dispositivos de poder, hemos encontrado que el Estado es el principal productor
de precariedades, fundamentalmente a trav�s de pol�ticas urbanas y
habitacionales. El desarrollo de estas pol�ticas habitacionales ha configurado
territorios desiguales: por un lado, territorios apreciados, destinatarios de
la inversi�n p�blica y privada; y, por otro, territorios producidos por la
acci�n estatal, pero que son depreciados, no cuentan con ninguno de los
servicios b�sicos para la vida de los sujetos, y los sumen en la precariedad.
As�, las relaciones que hist�ricamente se han establecido entre el Estado, el
capital y los sectores populares modifican y (re)configuran la ciudad y, con
ella, las trayectorias laborales y habitacionales, e incluso la propia conformaci�n
de la subjetividad. Las formas de amedrentamiento del Estado a trav�s,
fundamentalmente, de las fuerzas policiales, expone a los sujetos a la
violencia e indefensi�n.
Finalmente, en s�ptimo lugar, la
perspectiva te�rica presentada incluye en el an�lisis las resistencias y luchas
que los sujetos oponen al despliegue de los dispositivos de poder que reparten
de modo desigual la precariedad. As�, hemos encontrado que las resistencias son
el modo mayoritario de oposici�n a los dispositivos. Estas refieren a aquellas
t�cticas individuales o escasamente organizadas que resignifican el
funcionamiento de los dispositivos. Particularmente, el �aguante� refiere a la
t�ctica que los sujetos desarrollan con el fin de aferrarse al espacio creado,
incluso a pesar de las violencias ejercidas sobre ellos. Por su parte, las
luchas refieren a pr�cticas organizadas y colectivas que se estructuran en
funci�n de un escenario conflictivo percibido, un juego de posiciones entre
diversos sujetos sociales que se enfrentan. En este sentido, las actividades
sociocomunitarias han emergido como espacios centrales en la vida de los
sujetos, ya que permiten hacer frente a la precariedad a la cual se encuentran
expuestos. Al mismo tiempo, estas experiencias colectivas son recuperadas en
los discursos como soportes comunitarios que han permitido la lucha en defensa
del espacio propio logrado y creado frente a las amenazas de desalojos.
En definitiva, la efectuaci�n de
precariedad habitacional se relaciona con procesos desubjetivadores, esto es,
la ruptura de lazos; una subjetividad del miedo y la violencia ejercida por el
Estado principalmente a trav�s de la fuerza policial; y un desconocimiento del
esfuerzo y el �aguante� de los habitantes por revertir sus condiciones de
precariedad. Se trata de procesos desubjetivadores que se desanclan de su
cotidianeidad y son atravesados por un conjunto de condiciones provocadas por
la relocalizaci�n.
A su vez, existe un proceso de
reanclaje frente a los cuales no se registran mayormente luchas, sino, m�s
bien, la puesta en pr�ctica de algunas t�cticas que pretenden generar m�rgenes
de libertad y autoprotecci�n all� donde la exposici�n y desposesi�n han sido
brutales. Estas t�cticas suponen resistencias microsc�picas y escasamente
organizadas que resignifican el despliegue de los dispositivos de poder y
moldean sus efectos. La primac�a de las t�cticas por encima de procesos de
lucha m�s organizados expresa tanto la introyecci�n de mecanismos
individualistas para enfrentar la precariedad, cuanto una resistencia que puede
convertirse, con el tiempo, en procesos de lucha.
As�, la precariedad habitacional no
debe ser entendida solo como la desposesi�n de la vivienda, sino como un
proceso integral que modifica cabalmente a los sujetos, sus relaciones y modos
de vida. En otras palabras, recuperando las expresiones de los sujetos: han
perdido el futuro y el presente se encuentra atravesado por la precariedad.
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[1] El trabajo que aqu� presentamos fue realizado
en el marco del proyecto �Precarizaci�n, gobierno de la vida y resistencias. Un
estudio de los conflictos pol�ticos y sociales de la �ltima d�cada en Argentina�,
bajo la direcci�n de Dra. Mar�a Alejandra Ciuffolini, �rea de Ciencias Sociales
y Humanidades, Unidad Asociada al Conicet, Secretar�a de Investigaci�n,
Universidad Cat�lica de C�rdoba. Financiado y acreditado por:
Foncyt-PICT-2015-2242. Para m�s informaci�n, consulte http://www.llanocordoba.com.ar
[2] La poblaci�n de la ciudad, seg�n el Indec
(2010) es de 252.192 habitantes (30% de la poblaci�n
provincial), y junto con La Banda y Zanj�n forman el conglomerado urbano m�s
importante de la provincia (360.923 habitantes).
[3] La migraci�n poblacional de la
provincia tiene caracter�sticas espec�ficas, ya que hist�ricamente se la
consider� como la �productora de mano de obra� para las provincias pampeanas;
adem�s de contar con grupos migratorios internos considerados �golondrinas�
(por su migraci�n estacional). Esto ha impactado en particular en la ciudad,
donde la generaci�n de nuevos barrios sigui� el curso de estas migraciones. Adem�s,
la provincia de SDE se caracteriza por una alta
concentraci�n de poblaci�n rural. En los �ltimos tiempos, y por los cambios
econ�micos acaecidos, familias campesinas fueron despojadas de sus tierras y
expulsadas hacia las ciudades. Los desplazamientos
poblacionales operados por la transformaci�n econ�mica de esta provincia han
sido analizados por diversos autores: Barbetta (2009), Bolsi y Madariaga (2006),
De Dios (2010, 2012), Paz y Jara (2012), entre otros.
[4] Hay vasta bibliograf�a que aborda
la diferencia conceptual entre villa o asentamiento. En general, centran su
atenci�n en virtud de sus caracter�sticas espaciales, poblacionales, del modo
de ocupaci�n de la tierra, entre otras. Para fines de este trabajo, recuperamos
los aportes de Cravino (2001) y Lekerman (2005), para quienes las villas se
originan principalmente en los per�odos de industrializaci�n y migraci�n del
campo a la ciudad, a partir de ocupaciones irregulares de tierra urbana
vacante, y producen tramas urbanas muy irregulares. En cambio, la emergencia de
los asentamientos se vincula mayormente con la reconfiguraci�n econ�mica de las
pol�ticas neoliberales, y estos se caracterizan por trazados urbanos que
tienden a ser regulares y planificados, semejando la distribuci�n habitual de
los loteos comercializados en el mercado de tierras.
[5] Entendemos
por relocalizaci�n territorial a la acci�n del Estado
en el desalojo de sectores populares con tenencia precaria de la tierra y su
reubicaci�n en conjuntos habitacionales en la periferia (Ciuffolini &
Scarponetti, 2011).
[6] Es preciso se�alar que las autoras han
trabajado juntas y que hay l�neas de continuidad y contacto entre sus abordajes
te�ricos. A su vez, es posible encontrar algunas diferencias entre las
perspectivas. Para los fines de este trabajo, nos hemos concentrado en aquello
que es compartido por ambas y que permite concebir sus aportes a partir de su
complementariedad. As�, mientras que Butler hace hincapi� en la condici�n
precaria como una condici�n ontol�gica y sostiene a su vez la importancia de
centrar la mirada en las condiciones hist�rico-sociales que producen la
�precaridad�, Lorey profundiza en herramientas que permiten pensar la
precariedad (�precaridad�, en t�rminos de Butler) como modo de gobierno
neoliberal y pone el foco en la vinculaci�n de esta con la gubernamentalidad.
[7] El neoliberalismo supone un
conjunto de saberes, dispositivos y pr�cticas que despliega esta racionalidad
de nuevo tipo poniendo en juego las subjetividades (Gago, 2014). En definitiva,
es un nuevo modo de gobierno de la vida de los sujetos y de relaciones sociales
que ha puesto en el centro de la escena la emergencia de distintos dispositivos
espec�ficos, as� como tambi�n nuevas subjetividades.
[8] En este art�culo, se presenta el an�lisis de una parte de los
datos que fueron recolectados en el trabajo de campo. Es preciso se�alar que
otros significantes emergentes del discurso han sido abordados en otro escrito
de nuestra autor�a, �El proceso de reconfiguraci�n urbana en el �rea
metropolitana de Santiago del Estero: estudio de casos m�ltiples a partir de la
relocalizaci�n de asentamientos urbanos�, Revista Estudios Demogr�ficos y
Urbanos (en prensa), donde se abordan de manera espec�fica la intervenci�n
estatal y la (re)configuraci�n urbana.
[9] Equipo de investigaci�n El Llano
en Llamas (http://www.llanocordoba.com.ar). La l�nea de investigaci�n del
equipo es m�s amplia que la que aqu� rese�amos. En t�rminos generales, nos
centramos en las luchas sociales y resistencias actuales, y en el estudio de la
racionalidad neoliberal del Gobierno de las poblaciones.
[10] Estudios pioneros han sido el de
Brown en 1951 sobre los 60.000 desplazados en el valle de Tennesse, en los
Estados Unidos; o el de Fahim (1960), sobre las relocalizaciones por la presa
de Asu�n en Egipto; as� como los an�lisis de Scudder (1966) y Colson (1971)
sobre desplazamientos en �frica (Barab�s & Bartolom�, 1992).
[11] Por cuestiones de espacio, no
podemos referenciar todos los autores y autoras que trabajan esta problem�tica,
pero �anticip�ndonos a excluir de manera inintencional referencias� a las antes
citadas agregamos otras a nivel internacional: Miranda (2019); Goetz (2012); Huchzermeyer (2011);
Smart (2012); Buckley, Kallergis y Wainer (2016); y Doebele (1987).
[12] Para profundizar sobre los diversos abordajes te�ricos del
concepto �precariedad�, revise Saccucci (2017a).
[13] Autores/as como Gil (2014); D�az
Cruz (2014) y Jornet Somoza (2016) adoptan una perspectiva similar con el
objetivo de comprender c�mo somos gobernados en el mundo neoliberal y la
importancia que asume la precariedad.
[14] Para
los fines de este art�culo, nos hemos centrado en las dos primeras dimensiones
propuestas por Lorey.
[15] La pobreza del aglomerado Santiago del Estero �
La Banda aument� en un 1,4% entre el segundo semestre de 2016 y el primero de
2017; por su parte, la indigencia vari� en un 4,3%, por lo que se convirti� en la
regi�n con peores niveles de la Rep�blica Argentina (Consejo Nacional de
Coordinaci�n de Pol�ticas Sociales, 2018). Se estima que, dados los cambios
acontecidos en los �ltimos tiempos, los niveles de pobreza e indigencia hayan
aumentado en la regi�n.
[16] Seg�n
Saltalamacchia (2012), �en la provincia no existe actividad econ�mica que no
dependa del ingreso fiscal administrado por el gobernador, sus ministros y, en
menor medida, los intendentes municipales [...] de ese modo, se produce un tipo
de Estado cuyo gobierno detenta el control sobre la principal fuente de
recursos: El Fisco� (2012, p. 11). Para Mancini (2014), lo distintivo de SDE es
que la administraci�n del Estado provincial y sus recursos constituye un
mecanismo de poder de gran importancia para el ejercicio de la dominaci�n, ya
que los principales recursos de la econom�a provincial, como la importancia que
el Estado desempe�a en ella, provienen de fondos nacionales. Para una revisi�n hist�rica de la organizaci�n
pol�tico-econ�mica de la provincia, v�anse Rossi (2007) y Tasso (2003, 2007),
entre otros.
[17] No queremos pasar por alto las
caracter�sticas particulares que hacen de SDE una provincia con procesos
pol�ticos singulares. Desde 1948, y solo con interrupciones durante los
gobiernos militares, la provincia estuvo gobernada de manera personalista por
Carlos Ju�rez (durante algunos a�os, lo hizo de manera indirecta nombrando a
personalidades que respond�an directamente ante �l), hasta el a�o 2004, cuando
se produjo la intervenci�n federal (se conoce a este per�odo como �El
Juarismo�). Acusados de corrupci�n y violaci�n a los derechos humanos, Ju�rez y
su esposa (quien ejerc�a el cargo de gobernadora en ese momento) fueron
encarcelados. Luego de un a�o de intervenci�n federal, las elecciones abrieron
paso a nuevas f�rmulas de gobierno y, con ello, mayor involucramiento con las
pol�ticas nacionales. Sin embargo, la particularidad de �El Juarismo� en la
provincia y en la ciudad hace de SDE una regi�n con pr�cticas pol�ticas singulares,
tanto de los grupos dominantes como de los sectores populares. Este tipo de
exposiciones ha sido extensamente analizado por Vommaro y Quir�s (2011), Godoy
(2009, 2012) y Schnyder (2009, 2011), por citar algunos.
[18] Los c�digos que se encuentran al
final de los extractos de entrevista son identificatorios. El primer n�mero
refiere a la entrevista (que referenciamos en la tabla 1), mientras que el
segundo da cuenta del extracto. Ejemplo: (7:1) significa entrevista 7, cita 1.
En las transcripciones se us� la siguiente simbolog�a: (�) cuando el audio no
es comprensible; (-) cuando hay una interrupci�n por parte del entrevistado/a o
del entrevistador/a; � cuando se producen silencios breves; [...] cuando se
produjeron recortes al relato con fines anal�ticos/expositivos; ER:
entrevistador/a; EO: entrevistado/a.
[19] Pinto es una localidad a 245 km de la ciudad
de SDE, muy cerca de la extensi�n de la frontera agropecuaria.