Relatos desde la precariedad: relocalizaciones territoriales, desposesiones y resistencias en Santiago del Estero, Argentina

 

ERIKA SACCUCCI

Doctora en Estudios Sociales de Am�rica Latina (Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de C�rdoba)

Docente investigadora (Universidad Cat�lica de C�rdoba, Argentina)

Integrante del colectivo de investigaci�n �El Llano en Llamas� http://www.llanocordoba.com.ar

[email protected]

Orcid: http://orcid.org/0000-0002-2469-0988

 

JULIANA HERN�NDEZ BERTONE

Doctoranda en Derechos Humanos: Retos �ticos, Sociales y Pol�ticos (Universidad de Deusto)

Doctoranda en Ciencia Pol�tica (Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de C�rdoba)

Becaria C�tedra Unesco de Recursos Humanos (Universidad de Deusto)

Integrante del colectivo de investigaci�n �El Llano en Llamas� http://www.llanocordoba.com.ar

[email protected]

Orcid: http://orcid.org/0000-0002-5025-4362

 

Resumen. Este trabajo aborda la efectuaci�n de precariedad a partir de la relocalizaci�n territorial de poblaciones en la ciudad de Santiago del Estero, Argentina. Se trabaj� con una metodolog�a flexible a partir del an�lisis de casos m�ltiples y an�lisis de discurso. Se analizan 16 entrevistas en profundidad a agentes institucionales y vecinos/as de la ciudad donde la precariedad emergi� como categor�a articuladora de los relatos por efectuaci�n de los dispositivos de poder y por la interposici�n de resistencias y luchas. Se concluye que la relocalizaci�n configura nuevas precariedades que no deben ser entendidas solo por la p�rdida de las condiciones de vida, sino, incluso por sus efectos desubjetivadores.

Palabras clave: territorios; dispositivos de poder; t�cticas; an�lisis de discurso; subjetividad.

Stories from precariousness: Territorial relocations, dispossession and resistance in Santiago del Estero, Argentina

Abstract. This paper addresses the issue of precarity based on the territorial relocation of populations in the city of Santiago del Estero, Argentina. We worked with a flexible methodology based on a multiple case analysis and discourse analysis. We have analyzed sixteen in-depth interviews to institutional agents and residents of the city. Precariousness emerged as the articulating category of the stories through the configuration of power devices and the interposition of resistance and struggles. It is concluded that relocation creates new precariousness that should not only be understood by the loss of living conditions but also by its de-subjectivity effects.

Keywords: Territories; power devices; tactics; discourse analysis; subjectivity.

 

Introducci�n

En los �ltimos a�os, las pol�ticas de relocalizaci�n de poblaciones emergieron como estrategia privilegiada de los Estados para reorganizar las ciudades. Estas supusieron el desplazamiento de barriadas populares hacia las periferias, lo que liber� espacios centrales para, entre otras cosas, la especulaci�n inmobiliaria y provoc� nuevas y diferentes formas de precariedad (Avalle, De la Vega, & Hern�ndez, 2009; Ferrero y Job, 2011). Este art�culo es una propuesta anal�tica que pretende dar cuenta del modo de configuraci�n de la precariedad en poblaciones desplazadas a partir de pol�ticas habitacionales desarrolladas en el �rea metropolitana de Santiago del Estero, Argentina. La centralidad del concepto de precariedad radica en que es una categor�a emergente del an�lisis de las entrevistas en profundidad desarrolladas durante la investigaci�n[1].

La hip�tesis que ha guiado la investigaci�n supone entender que esta categor�a se torna en un concepto articulador de diversos significados: para casos de relocalizaci�n de poblaciones, la precariedad se observa como una resultante de las formas de gobierno actuales (bajo la racionalidad neoliberal); es decir, que la precariedad ya no responde solo a las condiciones laborales. De modo que los desplazamientos de poblaciones acent�an las condiciones de precariedad habitacional, as� como tambi�n configuran nuevas precariedades que abarcan otras dimensiones de la vida.

Los estudios sobre relocalizaci�n de poblaciones han ahondado poco en la efectuaci�n de precariedad, y, adem�s, muchos de ellos se han centrado en grandes conglomerados urbanos. Este trabajo es un aporte a estas l�neas de investigaci�n incorporando reflexiones a partir de pol�ticas habitacionales de relocalizaci�n en una ciudad de tama�o medio de Argentina. En espec�fico, esta es una reflexi�n sobre la ciudad de Santiago del Estero (SDE), al noroeste del pa�s, cuya poblaci�n entre los a�os 2001 y 2010 creci� en casi un 10% (Indec, 2010)[2] debido principalmente a la fuerte migraci�n del campo a la ciudad[3] producto de la transformaci�n econ�mica operada en el pa�s. Esto hizo que la ciudad no estuviera preparada para la recepci�n de estos flujos migratorios, lo que aument� la localizaci�n de personas en zonas de alta precariedad habitacional[4], que se fueron asentando dentro y fuera de la trama urbana consolidada, y formaron una serie de cinturones de pobreza.

Frente a esta situaci�n, y con la reactivaci�n econ�mica del pa�s luego de la crisis de 2001, los tres niveles de gobierno (nacional, provincial y local) comenzaron a desarrollar diversas pol�ticas de intervenci�n urbana, cuya caracter�stica principal fue la inversi�n en infraestructura y vivienda social. Una de las estrategias privilegiadas implementadas por el Estado fue la relocalizaci�n[5] forzosa de poblaciones en distintas zonas de la ciudad. La intervenci�n estatal sobre las poblaciones se realiz� de manera sostenida y desordenada, lo que dio lugar a un proceso de suburbanizaci�n que dej� intersticios vac�os y cre� cinturones marginales que, parad�jicamente, fueron producidos por la misma intervenci�n estatal (Colucci, Santill�n, & Caumo, 2005).

Sin embargo, estas pol�ticas, lejos de revertir las condiciones de precariedad habitacional a las que las poblaciones se encontraban expuestas, aumentaron y provocaron otras y diferentes precariedades. Este concepto da cuenta, entonces, de los procesos desiguales a los que se encuentran sometidas las poblaciones. Tradicionalmente, la precariedad ha sido estudiada en relaci�n con la flexibilizaci�n laboral y como consecuencia de esta (Lindenboim, Serino, & Gonz�lez, 2000; Crespo & Serrano, 2011; Cano, 2007; Dom�nguez, 2007; Salvia & Tissera, 2002). Sin embargo, la p�rdida de hegemon�a del trabajo como organizador del mundo social (Avalle, 2010; Ciuffolini, 2010), y en la configuraci�n de subjetividades, ha dado lugar a la emergencia de m�ltiples y diversas formas de expresi�n de precariedades, no solo laborales, sino vinculadas a las duras condiciones de supervivencia de miles de personas.

Se entiende a la precariedad como efectuaci�n de poder que articula todas las dimensiones de la vida de los sujetos (Araya, 2014; Zanin & Mattar, 2012). Pensar la precariedad de esta forma implica la necesidad de indagar sobre diversas dimensiones de lo precario, sus agentes y dispositivos de poder. Tanto Butler (2006, 2010) como Lorey (2016) ofrecen herramientas te�ricas para el estudio de la precariedad como modo de gobierno de los sujetos y como efectuaci�n del despliegue de diversos dispositivos[6]. Estas autoras definen la precariedad como la norma de gobierno neoliberal[7] que supone la producci�n de exposici�n, inseguridad y a�n mayores grados de escasez.

Esta lectura ha dado luz a nuestras entrevistas y nos ha permitido adentrarnos en el planteamiento de esta categor�a anal�tica como central en nuestro trabajo. As�, entendemos a la precariedad como una efectuaci�n cotidiana del despliegue de diversos dispositivos de poder que exponen de manera diferencial a algunas poblaciones. Para analizar su configuraci�n, hemos abordado los dispositivos, as� como tambi�n los sentidos que esta asume en los relatos: buscamos advertir los dispositivos a trav�s de los cuales opera el poder efectuando precariedad, pero tambi�n dar cuenta de aquellas resistencias y luchas que emergen para hacerle frente[8].

Organizamos la presentaci�n de acuerdo con los siguientes apartados: primero, una exposici�n detallada de la perspectiva te�rica propuesta, en la que, por un lado, ubicamos el desarrollo anal�tico de las relocalizaciones y, por otro, nos adentramos al concepto central de este trabajo: la precariedad. En segundo lugar, presentamos las caracter�sticas especiales del caso de estudio enfoc�ndonos en el contexto de las relocalizaciones en la ciudad de SDE. En tercer lugar, describimos las principales decisiones metodol�gicas asumidas para el an�lisis de casos m�ltiples y an�lisis del discurso. En el cuarto apartado, se presenta el an�lisis de los datos, donde se abordan los relatos de la precariedad: en el primer sub�ndice, analizamos al Estado como principal dispositivo que la configura; y, en el segundo, individualizamos las resistencias y luchas que los sujetos oponen. Por �ltimo, concluimos el trabajo proponiendo que la precariedad habitacional emerge en los relatos analizados como un proceso desubjetivador mucho m�s amplio que la sola p�rdida del hogar. Refiere a un proceso de dislocaci�n de los sujetos que modifica sus modos de vida y sus relaciones sociales: laborales, vecinales, comunitarias, educativas. En consecuencia, frente a la desposesi�n que supone la efectuaci�n de precariedad, los sujetos interponen mayormente t�cticas escasamente organizadas y familiares. La primac�a de las t�cticas por encima de procesos de lucha m�s organizados expresa tanto la introyecci�n de mecanismos individualistas para enfrentar la precariedad, como una resistencia que puede convertirse, con el tiempo, en procesos colectivos de lucha.

1.    Herramientas conceptuales: la precariedad como efectuaci�n del dispositivo de relocalizaci�n, resistencias y luchas

Desde hace algunos a�os, y como parte de un proyecto m�s amplio del equipo de investigaci�n del que formamos parte[9], venimos trabajando sobre las pol�ticas p�blicas y la transformaci�n de las ciudades, puesto que es a trav�s de las primeras que se interviene sobre poblaciones y territorios, organizando las formas de gobierno sobre los sujetos. En particular, nos interesa analizar la producci�n de desigualdad en las diversas formas de habitaci�n de los sectores populares, y c�mo estas se vuelven objeto de atenci�n de los Estados principalmente a partir de pol�ticas de relocalizaci�n.

Este foco anal�tico es parte de una preocupaci�n mucho m�s amplia que se viene desarrollando a nivel mundial, donde las relocalizaciones son un tema extensamente abordado por los estudios sociales[10]. Este inter�s surge a ra�z de que son cada vez m�s los casos de realojamientos voluntarios o forzosos a lo largo del mundo (con preponderancia de estos �ltimos). Mucha de la literatura comenz� centr�ndose en los casos de relocalizaciones rurales, como el trabajo de Catullo (1986), quien se centr� en el caso de la represa de Salto Grande, entre Argentina y Uruguay, cuyas obras supusieron la relocalizaci�n compulsiva de m�s de 20.000 habitantes urbanos y rurales de ambos pa�ses; o los de Barab�s y Bartolom� (1992), quienes analizaron los desplazamientos poblacionales por la construcci�n de presas en Am�rica Latina (principalmente en Brasil). Otros an�lisis de casos rurales dan cuenta de la importancia del Banco Mundial �incluso para la difusi�n de los t�rminos �reasentamiento� o �reasentamiento involuntario�� en proyectos de infraestructura rural a gran escala en pa�ses �en desarrollo� (Rogers & Wilmsen, 2019).

De igual modo, en los �ltimos a�os, numerosos estudios comenzaron a centrarse en casos de reasentamientos unidos a pol�ticas de vivienda urbana y desplazamientos intraurbanos, como pr�ctica desarrollada en distintos pa�ses del mundo. Entre ellos, los trabajos de De Camargo Cavalheiro y Abiko (2015) sobre las relocalizaciones de favelas en Sao Paulo (Brasil); el de De La Puente Burlando (2015), quien analiza el reasentamiento de una comunidad por la ampliaci�n del aeropuerto en Lima (Per�); los an�lisis de Diwakar y Peter (2016) y Patel, Sliuzas y Mathur (2015) en la India; el de Nikuze et al. (2019) en Ruanda; el de Spire, Bridonneau y Philifert (2017) en Etiop�a y Togo; el de Lelandais (2014) en Turqu�a; y el de Bogaert (2011) en Marruecos, por citar solo algunos que dan cuenta de ello. Por otro lado, algunos de estos trabajos se centraron en las condiciones de los individuos y comunidades antes o durante la reubicaci�n, mientras que otros analizaron los efectos sobre las poblaciones luego de las reubicaciones.

La creciente casu�stica sobre el tema en todo el mundo ha permitido la sistematizaci�n de situaciones, acciones, resultados, problemas y respuestas sociales, que mostraron adem�s un amplio rango de variaciones contextuales. Sin embargo, lo novedoso en los �ltimos tiempos es que la relocalizaci�n de poblaciones se ha establecido como pr�ctica ejecutada por los Estados para promover la revalorizaci�n urbana (Bogaert, 2011; Leary & McCarthy, 2013; Noorloos & Kloosterboer, 2018; Watt & Smets, 2017); y en Am�rica Latina esta pr�ctica se ha profundizado recientemente. En especial, en Argentina, diversos trabajos permiten asumir cierta sistematicidad con respecto a las relocalizaciones a lo largo del pa�s, vinculados tambi�n a la especulaci�n inmobiliaria: Najman y Fainstein (2018) analizan el reasentamiento de poblaciones a orillas del Riachuelo en La Matanza; Brites (2016) problematiza sobre la segregaci�n espacial devenida de esta pr�ctica en Posadas; Marengo (2001) es quiz�s una de las iniciadoras de los estudios de relocalizaci�n en la ciudad de C�rdoba con el neoliberalismo; y trabajos como los de Von L�cken (2008), Cervio (2015) y Elorza (2009) (por citar solo algunos) analizan las relocalizaciones de villas de esa ciudad bajo el programa provincial �Mi Casa, Mi Vida�.

Este �ltimo programa tambi�n fue central en nuestras interrogantes como equipo de investigaci�n para el an�lisis de las pol�ticas p�blicas y la configuraci�n de desigualdades, atendiendo especialmente a las pol�ticas de relocalizaciones promovidas por el Gobierno provincial en la ciudad de C�rdoba. La distribuci�n desigual de la tierra y la vivienda, y los conflictos sociales que esta trae aparejados, han quedado registrados en numerosas publicaciones: Ciuffolini y Scarponetti (2011), Ciuffolini y N��ez (2011), Avalle et al. (2009), Saccucci (2017b) y Hern�ndez (2018). Como parte de esta propuesta anal�tica, buscamos adentrarnos tambi�n en los acontecimientos de ciudades intermedias y, por eso, el caso que aqu� presentamos, centrado en Santiago del Estero, intenta dar cuenta de procesos comunes y particulares en per�odos de gobierno neoliberal.

Todos los estudios sobre relocalizaciones hasta aqu� enunciados han centrado su atenci�n en diversos aspectos: limpieza y erradicaci�n de barrios marginales; desalojos forzosos y expulsiones; desplazamientos; programas sociales de vivienda; y regeneraci�n o renovaci�n urbana con reubicaci�n planificada[11]. Sin embargo, la precariedad ha sido escasamente abordada en relaci�n con procesos como los hasta ahora expuestos.

A continuaci�n, se presentan las principales herramientas te�ricas de las que nos valemos para dar cuenta de la noci�n de precariedad. Cabe aclarar que, por motivos de extensi�n, esta exposici�n no pretende exhaustividad de las diversas de perspectivas existentes sobre concepto[12], sino exponer los referentes te�ricos que han aportado a la comprensi�n/construcci�n del objeto, y en particular, aquellos conceptos que dieron inteligibilidad a este trabajo.

Nos interesa rescatar la perspectiva de la precariedad en tanto constructo conceptual que resulta novedoso en el �mbito acad�mico, pero en particular por su centralidad en las din�micas sociales, econ�micas, pol�ticas y culturales que se desarrollan en Am�rica Latina. Existe una vasta bibliograf�a �parte de la cual ha sido citadas en la introducci�n� que aborda la cuesti�n precaria; sin embargo, la mayor�a acota el concepto al estudio de las nuevas condiciones laborales.

La perspectiva que aqu� proponemos recupera todos estos elementos, pero los ordena de manera diversa, ya que entendemos que el neoliberalismo supone un nuevo modo de gobierno de los sujetos basado en la precariedad. Esta incluye las reconfiguraciones originadas por la flexibilizaci�n laboral, pero no se agota en ellas; por el contrario, la precariedad es una renovada caracter�stica de la vida en la actualidad, aunque con diversos alcances y expresiones. Para poder dar cuenta de ella y analizar su configuraci�n, es preciso detenernos en la comprensi�n de sus manifestaciones y contenidos espec�ficos a partir de casos concretos, y ese es el desaf�o planteado en este trabajo[13].

Butler y Lorey se han constituido, entonces, en las referentes centrales de este trabajo por la solidez anal�tica de sus reflexiones vinculadas a la precariedad. Siguiendo a Lorey, la precariedad es una norma neoliberal que rige y configura la vida de los sujetos y, al mismo tiempo, supone un reparto desigual hacia ciertas poblaciones que implica una profundizaci�n de esta. Para ello, se despliegan dispositivos que la distribuyen de manera desigual (Lorey, 2016). Para Butler, �la precaridad designa una condici�n pol�ticamente inducida en la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo sociales y econ�micas y est�n diferencialmente m�s expuestas al da�o, la violencia y la muerte. Tales poblaciones se hallan en grave peligro de enfermedad, pobreza, hambre, desplazamiento y exposici�n a la violencia sin ninguna protecci�n� (Butler, 2010, p. 46).

Si bien la perspectiva que nos ofrece Butler responde a la pregunta sobre qu� es la �precariedad�, a�n queda incompleta la respuesta a la pregunta sobre c�mo se configura el proceso mediante el cual una existencia se convierte en vida a ser cuidada y protegida, y otra, en vida a ser expuesta. La perspectiva de Lorey (2016, 2011) es la que complementa las herramientas conceptuales hasta aqu� analizadas y habilita a indagar sobre los mecanismos a trav�s de los cuales se configura la precariedad. Para esta autora, la precariedad representa tanto la condici�n como el efecto de la dominaci�n, y debe ser estudiada como el instrumento de gobierno de las sociedades neoliberales. Se trata de la administraci�n y gesti�n de la incertidumbre, la exposici�n al peligro, los cuerpos y los modos de subjetivaci�n. De esta manera, la precarizaci�n implica vivir con lo impredecible, la contingencia, la exposici�n.

A pesar de que la autora retoma muchos conceptos de Butler, presenta una diferencia sustancial. Para comprender la particularidad del modo de gobierno de los cuerpos y poblaciones en el escenario posfordista-neoliberal, no es suficiente con sostener que la precariedad es distribuida de manera inequitativa. Por el contrario, esta forma de administraci�n caracteriza al Estado de bienestar, pero no lo representa en la actualidad, puesto que la exposici�n a la inseguridad ya no se circunscribe a quienes est�n en la �periferia� de la sociedad, sino que, por el contrario, es una nueva caracter�stica general del gobierno de la poblaci�n.

De esta manera, para conocer lo precario, la autora propone como herramientas anal�ticas tres dimensiones: condici�n precaria, precariedad y precarizaci�n como gubernamentalidad[14]. La dimensi�n de la �condici�n precaria� es recuperada de Butler y designa una condici�n socioontol�gica de la vida y los cuerpos. No se trata de una condici�n individual ni de algo que exista en s�, sino que es relacional y compartido con otras vidas precarias. Esta condici�n precaria no existe m�s all� de lo social y lo pol�tico y, por ende, no es independiente de la segunda dimensi�n de lo precario, la �precariedad�, que �ha de entenderse como una categor�a ordenadora que designa los efectos pol�ticos, sociales y jur�dicos de una condici�n precaria generalizada. Con precariedad se denomina el encasillado y reparto de la condici�n precaria con arreglo a relaciones de desigualdad� (Lorey, 2016, p. 27).

En otras palabras, se trata de una precariedad jerarquizadora y clasificadora que produce un reparto diferencial entre aquellos que son construidos como los �otros�. De esta manera, �el proceso de normalizaci�n de la precarizaci�n no significa en modo alguno la igualdad en la inseguridad. Dentro del marco de la gubernamentalidad neoliberal no hay ninguna necesidad de terminar con las desigualdades, ni siquiera de instaurar una igualdad en la inseguridad� (Lorey, 2016, p. 75).

De esta manera, la perspectiva que nos ofrece Lorey permite profundizar sobre el concepto de lo precario, sus implicancias y los modos desiguales en los que se distribuye. Sin embargo, ese desarrollo te�rico a�n presenta interrogantes. Si el gobierno a trav�s de la inseguridad es una condici�n generalizada de toda la poblaci�n, pero, al mismo tiempo, existe una particular administraci�n de esta hacia ciertas porciones de la poblaci�n, resta conocer de qu� manera se configuran dichos procesos. As�, la desigualdad no es solo un �punto de partida�, sino tambi�n una efectuaci�n del poder que hace necesario echar luz sobre la forma que asumen estas nuevas desigualdades. En otras palabras, no solo no son abolidas las desigualdades, sino que se configuran nuevas.

Para poder dar cuenta de la configuraci�n de la precariedad que se analiza en este trabajo, precisamos hacer dos aclaraciones: primero, la precariedad se produce como efectuaci�n del despliegue de dispositivos de poder, y estos est�n constituidos por una red de elementos heterog�neos: discursos, instituciones, dise�os arquitect�nicos, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados cient�ficos, proposiciones filos�ficas y morales (Foucault, 2014). Segundo, en la efectuaci�n de la precariedad se despliegan dispositivos de poder y se contraponen resistencias y luchas de los sujetos con el fin de habilitar �espacios de libertad�. Es importante se�alar que la agencia de los sujetos supone la posibilidad de resistencias y luchas frente al despliegue del poder. Se trata de la capacidad de producir nuevos espacios que expresen proyectos colectivos y relaciones sociales �otras�.

En el caso de las resistencias, se expresan en espacios cada vez m�s microsc�picos donde se organiza la vida cotidiana, y que tienen al barrio como espacio fundamental de anclaje. Por ejemplo, frente a la expulsi�n de los sectores populares hacia los m�rgenes de la ciudad, los sujetos resisten los desalojos u ocupan nuevos espacios (aunque cada vez m�s lejos y distantes del centro de la ciudad) para hacerlos propios como espacios de vida. As�, junto con Merklen (2005) y Svampa (2005), podemos decir que la pol�tica se territorializa al tiempo que el territorio se politiza al dar lugar a la emergencia de formas pol�ticas alternativas a las dominantes y a la producci�n de procesos de organizaci�n que potencian las posibilidades de insubordinaci�n y resistencia. En definitiva, las resistencias no deben ser entendidas como respuestas al ejercicio del poder, sino que dan cuenta de la potencia creadora de los sujetos.

Por su parte, las luchas deben ser entendidas como las pr�cticas desarrolladas por los sujetos en el marco de una disputa agonal que se presenta como un juego de posiciones. Se enfrentan y se oponen directamente al despliegue de los dispositivos de poder y al gobierno de los cuerpos, las poblaciones y los territorios. As�, la lucha refiere al enfrentamiento directo entre diversos sujetos sociales (De Certeau, 1996), un momento del conflicto donde la tensi�n deviene en una contienda o disputa. Se trata de la planificaci�n de acciones de manera met�dica en virtud de un escenario conflictivo percibido.

As� pues, la precariedad puede ser entendida como la efectuaci�n de un dispositivo de poder a la que se le oponen resistencias. Esta forma de ejercicio del poder es directamente observable en poblaciones objeto de pol�ticas p�blicas habitacionales que tienen a los desplazamientos de poblaciones como principal estrategia.

Para poder dar cuenta de c�mo operan los dispositivos de poder en la efectuaci�n de la precariedad, es preciso atender casos concretos en los que estos se expresan. Por eso nuestra decisi�n de trabajar con experiencias de relocalizaci�n en Argentina. A continuaci�n, presentamos el contexto de implementaci�n de este tipo de pol�ticas en la ciudad de SDE.

2.    La ciudad de Santiago del Estero en el marco de las relocalizaciones

La ciudad de SDE es la capital de la provincia de nombre hom�nimo, y es su m�s importante centro pol�tico, administrativo-financiero, comercial y proveedor de servicios. Ubicada en la regi�n noroeste de Argentina, SDE, junto con La Banda (la ciudad contigua), presenta los mayores niveles de pobreza e indigencia del pa�s, seg�n datos del primer semestre de 2017. Para ese momento, el 45,4% de la poblaci�n se encontraba por debajo de la l�nea de pobreza (17 puntos porcentuales por encima de los promedios regional y nacional), en tanto que el porcentaje de personas bajo la l�nea de indigencia alcanzaba el 13,1%, m�s del doble del registro nacional que fue del 6,2% (Direcci�n Nacional de Asuntos Provinciales, 2017)[15].

Asimismo, las principales caracter�sticas econ�micas y sociales de la provincia son la baja tasa de participaci�n en el trabajo formal; la baja asalarizaci�n de la fuerza de trabajo y significativa importancia de la categor�a del trabajo familiar; una considerable importancia en el nivel urbano del sector informal, el empleo p�blico y el servicio dom�stico, as� como una amplia ocupaci�n en el nivel rural en actividades de subsistencia y de baja productividad (Tasso & Zurita, 2013).

Dada su estructura econ�mica, es una provincia que depende de manera considerable de los ingresos fiscales provenientes de la naci�n[16]. Esto se observa principalmente en las pol�ticas habitacionales implementadas en la ciudad por organismos provinciales y nacionales entre los a�os 2003 y 2015 (per�odo de gobierno kirchnerista). Por ejemplo, en 2009, SDE era la quinta provincia en gasto p�blico en vivienda y urbanismo per c�pita (tanto nacionales como provinciales) (Capello & Galassi, 2011). Sin embargo, y a pesar de ser extensa la intervenci�n en t�rminos de vivienda, las respuestas ofrecidas distaron de ser consecuentes con el alto nivel de d�ficit de vivienda de la ciudad[17].

Una de las estrategias desarrolladas por el Gobierno provincial fue la de reubicar poblaciones en nuevos complejos habitacionales. Se trata de poblaciones que ocupaban asentamientos, es decir, territorios en zonas depreciadas por su valor en el mercado. Mayoritariamente, se trata de casas precarias, con acceso a servicios autogestionados y con r�gimen de tenencia de la tierra irregular (o escasamente reconocido en su formalidad legal). Estas personas fueron reubicadas en nuevos barrios (o anexadas a otros) ubicados por lo general en la periferia, donde se dot� a las familias de un m�dulo habitacional y acceso a servicios. Sin embargo, estas relocalizaciones son cuestionadas por sus habitantes por la lejan�a al centro de la ciudad, por la precariedad constructiva de las viviendas y el tama�o de los m�dulos, y por el surgimiento de nuevos problemas provenientes de la relocalizaci�n (como, por ejemplo, el aumento de las actividades delictivas o el consumo de estupefacientes), lo que genera nuevas formas de precariedad.

Si bien este trabajo se construye a partir de relatos de experiencias diversas de relocalizaci�n en la ciudad de SDE, recuperamos contextualmente una de ellas para describir a qu� procesos estamos haciendo referencia. En 2015, cobr� relevancia el desalojo de familias en el barrio Almirante Brown para el desarrollo de la ampliaci�n del Desag�e Pluvial Sur. La propuesta del Gobierno era proveerlos de m�dulos habitacionales sin terminar, sin acceso a servicios de agua y electricidad, en un predio sin trazado urbano, sin calles ni veredas, emplazados en el barrio Siglo XXI. Para los vecinos y vecinas (aproximadamente 70 familias), esto implicaba abandonar los predios que ocupaban desde hac�a m�s de 20 a�os, cuyas casas eran de techos de losa (la gran mayor�a) y ten�an acceso a servicios; adem�s, estaban localizadas dentro del tejido urbano, con conexi�n vial a diferentes zonas de la ciudad.

La demanda de la poblaci�n se centraba en relocalizarse, pero bajo las mismas condiciones habitacionales en las que se encontraban; es decir, no estaban dispuestos a renunciar a sus viviendas por opciones m�s precarias. Sin una orden de desalojo, con amedrentamiento policial y sin un canal de di�logo abierto ni con la municipalidad ni con el Gobierno provincial, se produjo la desarticulaci�n de las familias, que fueron optando individualmente por distintas propuestas ofrecidas por el Estado: los primeros aceptaron las viviendas precarias (unas 50 familias), mientras que los que m�s �aguantaron� lograron mejores condiciones habitacionales (fueron ubicados en viviendas ya construidas cerca del barrio original, aunque se trat� de residencias con problemas edilicios).

2. Decisiones metodol�gicas para el caso de Santiago del Estero

Para los fines de esta investigaci�n, hemos realizado un estudio de casos m�ltiple sobre diversos procesos de relocalizaci�n territorial. Esta estrategia consiste en la selecci�n de unidades de an�lisis, orientada tanto por la relevancia emp�rica que estas presentan como por dimensiones te�ricas que requieren ser informadas por los datos. Esta selecci�n �intencional� consiste en incorporar aquellos casos que ofrecen una serie de particularidades que ponen en tensi�n, ensanchan y crean nuevas interpretaciones o marcos conceptuales. Los casos �referidos en la tabla 1� fueron seleccionados de acuerdo con la siguiente pregunta de investigaci�n: �c�mo se produjeron los procesos de relocalizaci�n territorial en SDE?

Estas decisiones metodol�gicas tambi�n estuvieron guiadas por la hip�tesis de investigaci�n. En este sentido, entendimos que los procesos de relocalizaciones territoriales reconfiguran la vida de los sujetos relocalizados en diversos planos, por una parte, materialmente, ya que suponen traslados forzosos que modifican las condiciones de vida y, por otra parte, subjetivamente, dando lugar a nuevas cotidianeidades y modos de relacionamiento y significaci�n.

De modo que, para analizar la precariedad en las formas de vida de los sujetos, es necesario adoptar ciertas decisiones metodol�gicas que nos permitan captar la significaci�n de conceptos a partir de la experiencia cotidiana. De all� que la presente propuesta se inscriba dentro de una estrategia metodol�gica de �dise�o flexible� (Vasilachis, 2006; Kornblit, 2007), la cual permite transformar las decisiones metodol�gicas y epist�micas de acuerdo con lo que, en la �significaci�n� del objeto de estudio, se presenta como novedoso o dif�cil de asir con el herramental te�rico disponible. Para la recolecci�n o construcci�n de datos, optamos por la realizaci�n de entrevistas en profundidad a vecinos/as objeto de las pol�ticas p�blicas, a agentes institucionales vinculados al �rea de h�bitat de la provincia de SDE y a miembros de diversas instituciones intervinientes en los barrios relocalizados.

La selecci�n de las entrevistas en profundidad, entre otras posibles, responde a diversos aspectos. Primero, a una convicci�n epist�mica y pol�tica sobre la importancia de que las investigaciones cient�ficas recuperen la voz de los sujetos en lucha, puesto que es desde all� que es posible una producci�n de conocimiento que reconozca al �otro/a� y sus saberes. Segundo, la entrevista personal, directa y no estructurada permite una indagaci�n exhaustiva en tanto que se abre el campo para que el/la entrevistado/a hable libremente y exprese de manera detallada sus motivaciones, creencias y sentimientos sobre un tema (Mej�a Navarrete, 2000).

Se comprende, entonces, que el fen�meno no es el evento observable y registrable a partir de sus caracter�sticas, l�mites, pr�cticas, etc., sino el modo en el que es elaborado y constituido el discurso que surge en las entrevistas. As�, lo observable pasa a ser el espacio discursivo y, m�s espec�ficamente en su interior, aquellos aspectos (palabras/categor�as, argumentos, etc.) que se presentan como comunes. En este sentido, se analizan las entrevistas buscando hacer visibles las grillas de inteligibilidad del campo social (Bitonte, 2005), esto es, los juegos del lenguaje o los marcos mediante los cuales se ha construido el sentido o la referencia.

La estrategia de an�lisis e interpretaci�n de datos implica una posici�n epist�mica, y no solo t�cnica, que se inscribe en una semiosis y gram�tica propia del objeto de estudio, de manera que las herramientas del an�lisis del discurso (Van Dijk, 2000; Howarth, 2005) nos han permitido articular el discurso te�rico con los lenguajes que emergen del an�lisis del corpus. El an�lisis de discurso tiene como caracter�stica colocar lo dicho en relaci�n con lo no dicho, procurando abrir aquello que el sujeto dice y aquello que no dice, pero que constituye igualmente sentido. Se centra en la materialidad del texto para comprender c�mo los sentidos y sujetos se constituyen a s� mismos y a sus interlocutores/as, como efectos de sentidos vinculados a redes de significaci�n. En definitiva, los textos no son el objeto final de la explicaci�n, sino la unidad que permite tener acceso al discurso.

Para alcanzar este tipo de an�lisis, trabajamos con el software cualitativo Atlas.ti, que permite la codificaci�n y construcci�n de categor�as a partir de la lectura de las entrevistas. La utilizaci�n de esta herramienta hace posible la inmersi�n en las unidades significativas de los textos y un acercamiento al desentra�amiento de los campos sem�nticos, entendiendo por estos los conceptos centrales de toda formaci�n discursiva y la estructura l�xica que se teje en cada momento hist�rico concreto que responde a las relaciones de fuerzas imperantes. Consiste en un r�gimen de enunciabilidad y visibilidad de las pr�cticas discursivas y no discursivas (Avalle, Gallo, & Graglia, 2012).

La tabla 1 sintetiza las entrevistas realizadas sobre las cuales se bas� el an�lisis:


Tabla 1

Entrevistas realizadas

N.� de entrevista

Fecha

Observaciones

1

31/10/17

Arquitecto. Instituto Provincial de Vivienda y Urbanismo (IPVU).

2

31/10/17

Militante de organizaci�n social.

3

31/10/17

Abogado vinculado al IPVU.

4

1/11/17

Abogada. Empresa constructora.

5

1/11/17

Abogado vinculado al Gobierno de la Provincia de SDE.

6

02/11/17

Exvecinas del barrio Almirante Brown. Relocalizadas en el barrio Siglo XXI.

7

2/11/17

Abogado vinculado a la Secretar�a de DD. HH. de la Naci�n en SDE.

8

2/11/17

Exvecinas del barrio Almirante Brown. Relocalizadas en el barrio Siglo XXI.

9

2/11/17

Vecina del barrio Almirante Brown. Militante del Mocase � V�a Campesina.

10

3/11/17

Funcionario vinculado al Dpto. de Antropolog�a. Facultad de Humanidades, UNSE.

11

3/11/17

Funcionaria vinculada a la Subsecretar�a de Planeamiento. Municipalidad de SDE.

12

3/11/17

Vecina del barrio Aeropuerto, vinculada al Patio del Indio Froil�n Gonz�lez.

13

4/11/17

Vecino de La Banda. Vinculado al Movimiento Evita. Trabajo territorial en distintos barrios de la localidad.

14

4/11/17

Estudiante de UNSE. Colaborador del barrio Tonocot�.

15

6/11/17

Investigadora de Conicet. Trabaja sobre violencia institucional. Facultad de Humanidades, UNSE.

16

6/11/17

Abogada. C�mara Argentina de la Construcci�n. Delegaci�n SDE.

Elaboraci�n propia.

 

3. Relatos desde la precariedad: notas sobre los dispositivos que la efect�an

La precariedad es la efectuaci�n del despliegue de diversos dispositivos de poder. No se trata de la sumatoria de situaciones individuales ni de efectos de �malas gestiones o pol�ticas�, sino de una caracter�stica estructural que refiere a un modo de gobierno de las poblaciones que se asienta de manera especial en los sectores populares.

Se trata de la exposici�n, contingencia, escasez, a la que son sometidos los sujetos y que atraviesa sus historias de vida, como vidas signadas por la desposesi�n. En las diversas entrevistas analizadas, la idea de p�rdida se encuentra constantemente presente y refiere a lo �arrebatado�, aquellas condiciones m�nimas de vida que los sujetos hab�an podido garantizarse y que, fruto del despliegue de estos dispositivos, pierden:

Y, bueno ah� empez� una locura de que la gente se ha empezado a desesperar, de que teniendo miedo de que los iban a venir y los iban a sacar a la calle, sin nada. Bueno, otra gente como que se ha empezado a organizar, a decir: �No, gente, esperen, no nos pueden venir a sacar as�, que tenemos derechos que reclamar�. Bueno, hab�a gente que no, que ten�a miedo, otra gente que, a decir verdad, le ven�a bien porque la gente que viv�a m�s al fondo, digamos, gente que ten�a casa muy precaria [...] les llevaban a una casa que estaba muy al norte, cerca del cementerio de la ciudad. Es una zona donde ellos ah� no ten�an luz, no ten�an agua, no ten�an... todav�a hasta el d�a de hoy no cuentan con escuelas, no cuenta con presencia policial [...] las casas, a donde ellos los llevaban, son casas de durlock, paredes de durlock, parece. Bueno, la gente es gente que le conven�a irse que ten�an casita de nylon, otra gente que no, pero el mismo miedo que ten�an han decidido irse. En esos tres d�as, la gente ha desarmado todo, han venido, los han llevado en el cami�n de la municipalidad, los han dejado y los han tirado. [...] Y bueno, gente que ha decidido irse; de las 50 familias, quedamos 20 familias, y la mayor�a, todas las familias que quedamos con casa bien, la mayor�a terminadas, algunos (...) propiedad, que era, nada escrituras que hab�a dado Gobiernos anteriores (...) la mayor�a ten�a todo terminado, casa, techo de losa, terminado cocina, algunos los ba�os y qu� s� yo. Y bueno, las 20 no quer�amos irnos all� donde ellos nos quer�an llevar, que era el barrio Bel�n, no, no quer�amos, no est�bamos dispuestos, porque aparte as� en tres d�as como nos han venido, nos han llevado, y nos han tirado. No quer�amos, porque ve�amos que no era para nosotros, aparte era una zona muy peligrosa, no quer�amos (6:2)[18].

ER2: Y respecto de los vecinos que se han ido a los m�dulos, que se han ido a Bel�n, �saben cu�l es su situaci�n, digamos? EO1: Bueno, de la gente del Bel�n s�, algo sabemos, porque, como te digo, se ha ido un t�o, despu�s se han ido la suegra de ella, digamos, ah�... Ella va siempre, por ah� los domingos va. Bueno, de ah� s�, como te digo lamentablemente... es triste verlo hoy d�a a los chicos como est�n, les ha cambiado mucho la vida, much�simo, pero la mayor�a como que para mal. Porque... como te dec�a yo, aqu� los ve�as a los chicos como que ten�an mucho futuro se los ve�a, y verlos hoy en d�a c�mo est�n, la verdad que les ha cambiado much�simo la vida. Y la gente que se ha ido a los m�dulos casi no los vemos, pero dentro de todo ellos est�n bien, es una zona que es tranquila, s� han tenido que hacer, digamos, ampliar un poquito porque eran m�dulos muy chiquitos. Creo que a donde ellos los han llevado. Despu�s, han llevado a otra gente que han desalojado tambi�n de otro lugar, no s� si era de las zonas que han hecho por ah� una costanera, bueno que los han desalojado tambi�n y los han llevado para ah�, a donde est�n los vecinos ellos. Y esos m�dulos tambi�n est�n sin terminar y, bueno, despu�s lo han llevado igual. EO2: Estaban sin luz (13:47).

En estas citas es posible hacer inteligible c�mo las comunidades atraviesan por la p�rdida de aquello que han sabido conseguir y que resulta fundamental para la satisfacci�n de sus necesidades. La autogesti�n en la producci�n del h�bitat como forma de hacer ciudad (caracter�stica de las sociedades latinoamericanas frente a la falta de respuestas y acciones del Estado para garantizar los derechos) es aquello que ha hecho posible la vida de estas poblaciones. Han sobrevivido a partir de la autogesti�n �mayormente familiar y en algunos casos colectiva�, que les ha permitido resolver sus necesidades habitacionales, incluso de manera precaria.

El Estado avanza frente a estos procesos autogestionarios de las comunidades relocaliz�ndolos por la fuerza. En las referencias a las relocalizaciones encontramos usos recurrentes del verbo �haber� en su sentido negativo ��no hay�, �no hab�a�� acompa�ado de pronombres indefinidos como �nada�. Este uso gramatical refiere al sentimiento de p�rdida, de aquello a lo cual los sujetos pudieron acceder y de lo que, debido a la acci�n estatal, fueron despose�dos �calidad de la vivienda, luz, agua, escuela: no hab�a luz, agua, seguridad�. El sentimiento de p�rdida emerge incluso en relaci�n con el futuro de los j�venes: �ten�an mucho futuro� y �han cambiado para mal� son expresiones que en el discurso se encuentran vinculadas al proceso de relocalizaci�n, ya que este marca un antes y un despu�s, no solo en las condiciones de vida, sino, incluso, en los modos de ser, estar y la posibilidad de proyectar.

La caracter�stica de los barrios creados por el Estado para las relocalizaciones contrasta con otros territorios que disponen del acceso a los recursos necesarios para la vida. Esto remite a la presencia de un ordenamiento territorial que distribuye y gestiona la precariedad. As�, el propio accionar estatal configura territorios apreciados �con condiciones adecuadas para la vida� y territorios depreciados �aquellos caracterizados por contar con �nada��, que dificultan el desarrollo de la vida. El Estado emerge en las entrevistas como el principal dispositivo de poder que efect�a la precariedad.

En este sentido, es preciso reconocer la precariedad como, por una parte, modo generalizado de gobierno de la poblaci�n, que refiere a la exposici�n de los sujetos que deben resolver todas sus necesidades en el mercado; y, por otra parte, como un reparto desigual que se expresa en la configuraci�n que el Estado produce de dos tipos de territorios: territorios apreciados, destinatarios de la inversi�n en infraestructura �p�blica y privada�, y los territorios depreciados, que se caracterizan por este tipo de ausencias.

Es posible, entonces, advertir en el discurso una oposici�n entre lo que se denomina �apropiaci�n-expropiaci�n�, que se vincula especialmente con los efectos del despliegue de los dispositivos de poder. La primera refiere al proceso de habitar de los sujetos, que, como se�ala Lefebvre, significa �apropiarse de algo. Apropiarse no es tener en propiedad, sino hacer su obra, moldearla, formarla, ponerle sello propio. Habitar es apropiarse de un espacio� (1971, p. 210). La apropiaci�n supone procesos sociales de producci�n de lo propio, lo com�n. De all� que se construya una estrecha relaci�n entre apropiaci�n y significaci�n, ya que toda apropiaci�n material es �al mismo tiempo� simb�lica, puesto que se apropia de aquello que tiene/hace sentido (Man�ano Fernandes, 2013). As�, el habitar se diferencia del h�bitat, ya que este �ltimo pone el �nfasis en el recurso y el espacio f�sico, mientras que el habitar se focaliza en los procesos sociales de moldeado y significaci�n.

Por su parte, la expropiaci�n refiere a la destrucci�n de la apropiaci�n, la negaci�n del espacio construido y significado:

pero nosotros no pod�amos tirar nuestra casa que hab�amos hecho con tanto sacrificio, cuantos a�os, por ah�, como nosotros dec�amos, dejamos de festejar un cumplea�os, dejamos de comprarnos algo que queremos por terminar de hacer, para dignamente, tratar de vivir bien, y c�mo vamos a venir de un d�a para el otro con los bolsos (...) No, yo era de que si ellos nos quer�an sacar, de que se nos reubique, al menos en las zona sur, donde nosotros aqu� estamos viviendo, que aqu� la mayor�a ten�a su trabajo, los chicos ten�an aqu� toda la escuela, ten�an la catequesis, la iglesia cerca y era todo aqu� donde, la vida que ten�amos nosotros, eh, que si ellos nos quer�an sacar que nos reubiquen en zona sur, que es un barrio que tiene todo, tiene escuela, ten�a todo (6:6).

En esta cita, se expresa la vinculaci�n entre la apropiaci�n y la significaci�n: la imposibilidad de �tirar� lo que las propias manos han construido supone un proceso simb�lico que trasciende el mero h�bitat. Es decir, un proceso amplio de producci�n del h�bitat como habitar y, con �l, el del sujeto. En esa apropiaci�n material del espacio, se construyen el espacio de desarrollo de la vida, los v�nculos comunitarios/vecinales/afectivos, las fuentes de trabajo, los espacios de aprendizaje, de ocio, de relacionamiento con otros/as. Por ese motivo, el desalojo implica la p�rdida no solo del espacio f�sico, sino tambi�n de esos v�nculos y espacios construidos, de los medios de subsistencia mismos. El desalojo produce entonces un proceso de desubjetivaci�n que implica el desarraigo y la expulsi�n del lugar que han construido como com�n (Ciuffolini, 2011). As�, apropiaci�n y subjetivaci�n son partes de un mismo proceso. La contracara de ese proceso es el acto desposesorio, el arrebato de lo construido y significado en la b�squeda por �vivir dignamente�; es decir, la acci�n externa y no deseada significa la p�rdida cuyo reemplazo es �la nada�.

A su vez, en la cita, emerge la idea de �sacrificio� como el camino al que est�n expuestos los �pobres� para poder tener algo, tener en cuanto a su valor de uso, el esfuerzo, el �aguante� necesario para constituirse en merecedores de algo cuando se est� por fuera del dispositivo de mercado. Es la precarizaci�n m�xima de la vida, la exposici�n total que la encierra y, al mismo tiempo, aquello que posee la potencia para mejorarla. Se construye en el relato una relaci�n rec�proca y compleja entre la precariedad y la no precariedad, donde el pasaje de la precariedad a la no precariedad exige la profundizaci�n de la primera como condici�n de sobreponerse a la precariedad. La abnegaci�n asume la forma de sometimiento a la escasez y a su administraci�n para convertirlo en �algo� a trav�s de su resignificaci�n (Saccucci, 2019).

De este modo, en las entrevistas analizadas, la precariedad asume dos dimensiones: la primera, la precariedad como historia de vida, como una condici�n preexistente que ha expuesto a los sujetos a la escasez. Frente a esta precariedad, los sujetos han desarrollado diversas estrategias que hac�an posible la supervivencia. La segunda dimensi�n de la precariedad refiere a un nuevo movimiento precarizador, una efectuaci�n de la desposesi�n que vuelve a sumir a los sujetos en la escasez y la exposici�n:

ER: �y qu� lectura hacen de la (...) o cu�les son las problem�ticas principales de los barrios? EO: bueno, hay muy poca accesibilidad a los servicios b�sicos. En los barrios que no est�n urbanizados, la gente se la arregla para tener los servicios b�sicos, tirando una manguera de la avenida... despu�s al fondo ya te llega as� (en referencia a que es poca) de agua, pero as� tienes agua, digamos... o la electricidad lo mismo, cada uno va poniendo un palo adelante de la casa y va tirando la electricidad para el fondo y se viven quemando heladeras, televisores... Hay barrios que no est�n nada urbanizados, que han tenido programas de urbanizaci�n que no sabemos qu� es lo que ha pasado con eso... Por ejemplo, en La Cat�lica estaba el Programa de Mejoramiento Barrial, financiado por el BID que, supuestamente, creo que era en 2011, ten�a que arrancar la segunda etapa, o sea que cuando arranca la segunda etapa la primera ya est�... �y hab�a una sola calle asfaltada! �Nada m�s! Y ese programa era para que la gente tenga gas, tenga agua, tenga electricidad, recolecci�n de residuos... que armen cord�n cuneta, que asfalten las calles, qu� se yo... hoy, al d�a de hoy, reci�n han superado la calle donde terminaba la primera etapa, al d�a de hoy deben ir dos o tres cuadras m�s adelante de donde terminaba la primera etapa (10:7).

En esta cita se enuncia una caracter�stica ya abordada: la precariedad como �ausencia de�. Se trata de la ausencia de servicios que es transversal a los barrios populares, sin importar si han sido barrios relocalizados o no. El �nfasis en la ausencia de servicios se vincula con aquellas condiciones que dificultan la vida, con el riesgo al cual son expuestas. El l�xico �nada� resulta un articulador de los discursos, como la inexistencia de las condiciones b�sicas para hacer la vida posible. No se trata de una perspectiva que pone �nfasis en la evaluaci�n de la infraestructura urbana y la conectividad con la ciudad, sino, m�s bien, desde la ausencia de vida, all� donde no hay disponibilidad de los recursos que la hacen posible. As�, los relatos de los barrios populares expresan la efectuaci�n de territorios no vivibles. La inseguridad en las condiciones de vida es un efecto de la precariedad. Esto se expresa en el uso del presente continuo ��van poniendo�, �van tirando��, que remite a las t�cticas cotidianas de los sujetos para hacerle frente a la escasez: aquellas pr�cticas cotidianas que buscan hacer la vida posible frente a la �ausencia de�.

Se configura una dualidad en el discurso entre �no tener � tenemos�. El �no tener� se asocia a no tener agua, no tener impuestos, no tener �nada�. Aqu�, �no tener nada� se relaciona con la falta de garant�a de derechos de los sujetos que habitan estos territorios. No se trata solo de un imaginario sobre las ausencias de servicios, sino que los inaccesos se vinculan con el desconocimiento de estos individuos como sujetos de derecho. As�, la �nada� se encuentra estrechamente relacionada con no ser visto, no ser tenido en cuenta.

Del mismo modo, cuando se vuelven visibles (en calidad de asistidos) para las acciones del Estado (por ejemplo, en la cita anterior, a trav�s de un programa de urbanizaci�n de asentamientos), estas se vuelven a�n m�s precarias: la respuesta estatal refuerza la incompletitud, deja �a medio hacer� los intentos de mejora urbana. Queda entonces en el imaginario lo que se podr�a haber conseguido (gas, agua, electricidad).

El Estado funciona como dispositivo de poder que efect�a la precariedad al jerarquizar y desigualar territorios y poblaciones. A lo largo de este apartado, hemos expuesto las realidades pasadas y presentes (conjugadas en expresiones como �todo�/�nada�) que se producen a partir de las intervenciones estatales, y c�mo estas dan lugar a nuevas y diferentes formas de precariedad: desde casas autoconstruidas precariamente, a viviendas insuficientes que desarticulan relaciones sociales preexistentes; desde hacer propia una forma de habitar hasta expropiaciones devenidas con el acceso al h�bitat; desde el acceso irregular a bienes y servicios hasta el inacceso real configurado a trav�s del Estado. Sin embargo, en toda relaci�n de poder hay una oposici�n que resiste, y en toda din�mica de precarizaci�n se articulan formas de subvertirla.

4. Las resistencias y luchas de los sujetos frente a la precariedad

Frente a las desposesiones, las poblaciones oponen resistencias y luchas. Las resistencias no asumen una forma articulada, como organizaci�n, sino que suponen pr�cticas menos estructuradas, cotidianas, es decir, t�cticas que los sujetos oponen al despliegue de los dispositivos de poder. Las t�cticas dan cuenta de ejercicios resistentes de los sujetos, se despliegan en la vida cotidiana y expresan resignificaciones del funcionamiento de los dispositivos. No son enfrentamientos directos, sino pr�cticas cotidianas escasamente organizadas que desaf�an la reproducci�n de las relaciones de poder.

Al decir de De Certeau (1996), las t�cticas son las acciones cotidianas ancladas en la importancia del tiempo y las posibilidades que puedan generarse. Es decir, depende de la habilidad de los sujetos sacar provecho de las situaciones. As�, el propio ejercicio del poder implica la posibilidad de reinvenci�n (Saccucci, 2019).

Por otra parte, encontramos tambi�n, aunque en menor medida, procesos de lucha que se organizan frente a la operatoria de los dispositivos que desposeen a los sujetos de sus territorios. Estas luchas se caracterizan por ser procesos colectivos, organizados y que suponen la percepci�n de un escenario de enfrentamiento entre partes. A continuaci�n, reflejamos estos sentidos hallados en el an�lisis de las entrevistas.

Las resistencias de los sujetos: t�cticas frente a la desposesi�n

La producci�n del h�bitat a trav�s de la autogesti�n materializa las expectativas de los sujetos. El esfuerzo, la dedicaci�n puesta para hacer la casa habitable y el barrio vivible, se conjugan con una sensaci�n de �aguante�, de soportar y enfrentar las formas m�s adversas para hacer posible la supervivencia.

Los procesos de desalojo han implicado profundas presiones, amenazas y violencia sobre las comunidades. En los relatos, emerge un proceso de resistencia que se vincula m�s con procesos contestatarios desorganizados y familiares que con estrategias de lucha colectiva. Si la consecuci�n de la vivienda hab�a supuesto sobrevivir a condiciones precarias anteriores, ahora defender lo construido los enfrenta a nuevas indefensiones/exposiciones. As�, la idea de �aguantar� resulta caracter�stica de estos relatos. En la entrevista a continuaci�n, se vincula el accionar policial en el desalojo con el amedrentamiento psicol�gico y, frente a eso, la posibilidad del �aguante�:

�Uh!, la tensi�n que hemos tenido �fue horrible! porque ven�a la m�quina y estaba atr�s de tu casa. Bueno, hoy en d�a lamentablemente las consecuencias son de los chicos que est�n teniendo problemas, por ejemplo, la chiquita de ella, el nenito de otra vecina tambi�n, que lamentablemente le ha afectado psicol�gicamente, �una barbaridad! Y no solamente la presi�n de la polic�a, las m�quinas que te ven�an y te apuraban ah� en frente de tu casa, a espalda de tu casa. Esa presi�n hemos tenido en el �ltimo tiempo. Muy, muy estresante, muy estresante. Y bueno, a la vez, algunos vecinos dec�an: �Oiga, hasta aqu� llego, no doy m�s�, (risas)... el que m�s aguantaba era el que terminaba ganando, aqu� era la resistencia del que m�s aguantaba. El que m�s aguantaba era el que terminaba logrando lo que realmente quer�a, luchaba por lo que quer�a: que nos reubiquen en otra casa, salir de una casa e ir a otra casa (6:15).

Quienes lograron �aguantar�, resistir a esos embates, son quienes lograron conservar o negociar aquello que hab�an elegido. Se trata de una resistencia a una forma de ejercicio de poder desposesoria que profundiza la precariedad a la cual se encuentran expuestos. En otras palabras, el �aguante� es la t�ctica de resistencia que les permiti� defender sus vidas de una situaci�n a�n m�s desposesoria, incluso cuando esto supuso la exposici�n a grandes niveles de violencia.

El desgaste, el cansancio y la violencia de las amenazas de desalojo calaron hondo sobre las decisiones de los sujetos, quienes comenzaron a optar individualmente, hasta donde �el aguante� se los permiti�. De all� que las fracturas internas entre vecinos/as es una de las principales consecuencias de los desalojos y las operatorias que los acompa�an.

El �aguante� no se refiere a un sacrificio resignado y estoico, sino que supone una t�ctica de resistencia. Esta t�ctica se encuentra profundamente vinculada a la voluntad de permanecer, conservar y defender aquello que representa mucho m�s que una vivienda. Supone reducir la precariedad a la cual estos sujetos han sido expuestos hist�ricamente a partir de defender la tierra.

La producci�n de la vivienda a trav�s de la autogesti�n construye otra forma de relacionarse con la tierra, un modo no mercantil de acceso al suelo que prioriza su valor de uso y lo percibe como lugar de cobijo y resguardo para la vida, frente a la mirada que la significa como un valor de cambio y un negocio para la acumulaci�n. Estas t�cticas suponen, en consecuencia, el desarrollo de un �habitar�, un permanecer que sobrepone la precariedad a trav�s del sacrificio. En consecuencia, habitar significa apropiarse, construir algo propio, lo que el cuerpo en su potencia puede producir, y que se encuentra cargado de sentido y valor personal.

De all� que la t�ctica del �aguante� debe ser entendida como la principal forma que asumen las resistencias analizadas. Refiere a las resistencias desorganizadas que los sujetos oponen a la desposesi�n a partir de aguantar la violencia a la cual son expuestos en pos de conservar el espacio creado.

Las luchas frente a la desposesi�n

En los discursos analizados, encontramos tambi�n relatos que dan cuenta de diversas experiencias organizativas para luchar contra la desposesi�n. Estos relatos aparecen en menor medida que las resistencias individuales, pero reflejan experiencias de recuperaci�n de aquello que les fue arrebatado. En general, estos discursos se vinculan con experiencias anteriores de lucha contra desalojos, fundamentalmente en el sector rural. Las experiencias pol�ticas previas de algunos/as referentes fueron aquello que hizo posible la organizaci�n colectiva:

S�, en Pinto ha sido una lucha en el 2001, en la �poca del boom de la soja que han venido los grandes empresarios a desarrollar... a quitarles las tierras. Nosotros hemos tenido como cinco desalojos en Pinto. Han venido, han desalojado a las familias [...] Pero las cinco veces que han desalojado han entrado polic�as con jueces a voltear las casas y sacar a las familias a la fuerza [...] Pero despu�s nos organizamos y retomamos la tierra. En Pinto no hay un pedazo de tierra que no han desalojado y no hemos vuelto m�s, no hay, porque hemos vuelto a retomar. Nos organizamos y fuimos y entramos. Y s�, es un trabajo para volver hacer la casa, pero lo hicimos (9:3).

En este extracto, se relatan los procesos de desalojo en la localidad de Pinto en manos de grandes empresarios vinculados al agronegocio[19]. Frente a esta desposesi�n, las comunidades organizadas junto con el Movimiento Campesino de SDE fueron paulatinamente recuperando las tierras y reconstruyendo sus hogares. Esta experiencia es recordada por una de las referentes del actual proceso de lucha en la ciudad como intento de marcar su continuidad. La experiencia previa y la formaci�n adquirida en luchas pasadas es lo que explica la presencia de algunos procesos actuales de lucha en contra de nuevas desposesiones. As�, �volver a retomar� refiere a la vehemente lucha en contra de los procesos precarizadores. Al decir de Man�ano Fernandes (2008) �con respecto a su estudio sobre las ocupaciones de tierras rurales en Brasil�, �la ocupaci�n de tierras es conocimiento construido sobre las experiencias de lucha popular contra el poder hegem�nico del capital. Es un complejo proceso socioespacial y pol�tico, en el cual las experiencias de resistencia de los sin tierra son creadas y recreadas [...] Esta experiencia tiene su l�gica construida en la pr�ctica y tiene como componentes constitutivos la indignaci�n y la revuelta, la necesidad y el inter�s, la conciencia y la identidad, la experiencia y la resistencia� (pp. 337-338).

M�s all� de las particularidades de las luchas (sean urbanas, periurbanas o rurales), las ocupaciones �o tomas� de tierra contempor�neas son la manifestaci�n no solo de una necesidad material concreta, sino tambi�n de un aprendizaje construido colectivamente en la historia de las luchas populares. En ese sentido, las luchas contra la precariedad se asientan sobre la base de experiencias cotidianas compartidas. No se trata de procesos conflictivos que se organizan de manera espont�nea, desconectados de las pr�cticas cotidianas, sino, por el contrario, de una vida cotidiana que permiti� la creaci�n de lazos entre vecinos/as que resulta fundamental para explicar las luchas posteriores:

En los dos a�os que estamos, hemos hecho mucho: conocer y hacer conocer. Y lo m�s lindo es que a veces vienen las compa�eras del merendero, se sientan y charlan, intercambian de sus problemas, te cuentan, los compa�eros que est�n ah� en los block, que nunca se han juntado, y cada uno en su casa y capaz que ni se conoc�an ni se saludaban, pero est�n ah�, charlando, ri�ndose, y eso es parte de la lucha, parte de la organizaci�n. Verlos en la huerta todos sembrando o sentarse a tejer, un grupo haciendo los dulces, eso es muy motivador estar juntos. Y ellos mismos a veces comentan que ni sab�an qui�n era el otro, ni se saludaban. Y a veces ellos mismos dicen �y hoy estamos tomando mates�. Y esas cosas son las que se valorizan. Bueno, alg�n d�a que tengamos problemas de tierra que venga alguien que diga �esto es m�o�, ya estamos sabiendo c�mo vamos a responder. Nadie tiene que aflojar, todos tenemos que ir juntos, sino bueno, ellos tambi�n tienen como experiencia, del lugar del barrio de donde se han tenido que ir porque uno dec�a �arreglo�, el otro �no arreglo�, y algunos se han quedado y la mayor�a se han ido... ER: �eso ustedes lo vienen charlando? EO: ellos mismos dicen: �Si yo hago mi casa, no la voy a entregar el d�a de ma�ana� (9:6).

En este extracto, se refleja c�mo la vida cotidiana asume un sentido colectivo a partir del �encuentro� entre vecinos. Cuando la vida cotidiana deja de ser pensada en sentido individual y comienza a ser vivida colectivamente, se politiza. La politizaci�n de los espacios de la vida cotidiana supone una ampliaci�n de las fronteras de la pol�tica, en especial sobre aquellos espacios antes considerados como propios del �mbito de la reproducci�n. As�, la pol�tica se territorializa, al tiempo que el territorio se politiza (Merklen, 2005; Svampa, 2005). En esta din�mica, las organizaciones sociales de base territorial se convierten en espacios de emergencia de proyectos pol�ticos y procesos de organizaci�n que potencian las posibilidades de insubordinaci�n y lucha.

Los espacios de encuentro entre vecinos/as (merenderos y copas de leche, emprendimientos productivos cooperativos, entre otros) se organizan como estrategias para hacer frente a la precariedad. Esta comunidad en desarrollo es el sustento que permite las pr�cticas de lucha frente a nuevas desposesiones, como son los desalojos. As�, de acuerdo con el an�lisis realizado, las luchas frente a los desalojos solo pudieron organizarse all� donde exist�an experiencias previas de comunidad y de participaci�n en otros procesos pol�ticos de enfrentamiento.

5. Reflexiones finales

En este art�culo, hemos indagado sobre la efectuaci�n de precariedad en casos de relocalizaci�n territorial en la ciudad de SDE, Argentina. Analizamos en especial aquellas poblaciones que, habitando sitios de precariedad, son reubicadas, por acci�n del Estado, en otros territorios, lo que reproduce sus condiciones precarias, pero, a su vez, genera otras y diferentes formas de precariedad (como, por ejemplo, la dificultad de acceder a servicios b�sicos como agua y luz). A continuaci�n, referiremos los que consideramos los principales aportes de esta investigaci�n.

En primer lugar, a partir del an�lisis de discurso, hemos identificado que la caracter�stica principal de los relatos es la precariedad, en especial la vinculada a la cuesti�n habitacional. Esta noci�n, ampliamente expuesta en este estudio, emergi� del mismo trabajo sobre las entrevistas y fue el concepto central que nos permiti� enriquecer la relaci�n entre la teor�a y el dato, proponiendo una mirada extensiva sobre las relocalizaciones.

En segundo lugar, la precariedad se manifiesta como la condici�n de vida a la cual son sometidas diferencialmente algunas poblaciones por el despliegue de diversos dispositivos de poder. En el caso analizado, la precariedad se profundiza a partir del proceso de relocalizaci�n instrumentado y dinamizado por el Estado. De este modo, este aporte refiere a la vinculaci�n te�rico-emp�rica entre las perspectivas aqu� se�aladas sobre precariedad, conceptos de la perspectiva foucaultiana y los abordajes sobre las relocalizaciones forzadas.

Como tercera contribuci�n, esta investigaci�n permite conocer emp�ricamente las caracter�sticas de la precariedad en un caso espec�fico. Esto supone, al menos, dos aportes. Primero, conocer las diversas manifestaciones posibles de la precariedad. Esto en s� mismo debe ser entendido como una contribuci�n, ya que el concepto de precariedad aqu� propuesto es mucho m�s amplio que aquel vinculado a los nuevos reg�menes laborales. Segundo, conocer espec�ficamente las caracter�sticas que asume la precariedad en una ciudad argentina con altos niveles de pobreza.

En cuarto lugar, esta investigaci�n aporta conocimiento en un �rea �vacante� de las Ciencias Sociales, que es el estudio de los procesos de relocalizaciones en el marco del proceso de �renovaci�n urbana� en el caso concreto de SDE. Decimos que es un �rea vacante, ya que no hemos podido hallar antecedentes de investigaciones sobre este �fen�meno� espec�fico, en este caso concreto. Asimismo, consideramos que se trata de un aporte a los an�lisis sobre los modos de gobierno que se vienen realizando sobre la provincia y la ciudad en los �ltimos tiempos (Vommaro & Quir�s, 2011; Godoy, 2012; Tasso & Zurita, 2013; Capello & Galassi, 2011, entre otros citados en el texto).

En quinto lugar, esta investigaci�n concluye que existe un profundo v�nculo entre los procesos desposesorios que resultan del despliegue de los dispositivos de poder y un proceso desubjetivador. Emergen dos expresiones de la precariedad habitacional: una pasada, que se expresa en historias familiares en b�squeda de una vivienda digna, y otra actual, que remite a nuevos procesos de desposesi�n. Estos refieren, en un primer acercamiento, a la p�rdida del hogar construido con las propias manos, con el esfuerzo y sacrificio familiar. En un acercamiento m�s profundo a los datos, estos nuevos procesos de desposesi�n son vividos por los sujetos como p�rdidas, arrebatos que no se circunscriben al hecho de perder el hogar, sino que tienen un alcance mucho mayor. La nueva desposesi�n los coloca en condiciones de precariedad y exposici�n y supone, a su vez, un proceso desubjetivador. La desubjetivaci�n se produce all� cuando los sujetos son desarraigados, expulsados del lugar que han construido colectivamente, ya que se fracturan los procesos de apropiaci�n. Supone una modificaci�n profunda en los modos de vida de los sujetos y una ruptura de las relaciones sociales configuradas que conformaban un nosotros percibido. La desubjetivaci�n se expresa en ideas como la p�rdida del futuro y la posibilidad de proyecci�n, ya que el sujeto ha sido dislocado.

En sexto lugar, en cuanto a los dispositivos de poder, hemos encontrado que el Estado es el principal productor de precariedades, fundamentalmente a trav�s de pol�ticas urbanas y habitacionales. El desarrollo de estas pol�ticas habitacionales ha configurado territorios desiguales: por un lado, territorios apreciados, destinatarios de la inversi�n p�blica y privada; y, por otro, territorios producidos por la acci�n estatal, pero que son depreciados, no cuentan con ninguno de los servicios b�sicos para la vida de los sujetos, y los sumen en la precariedad. As�, las relaciones que hist�ricamente se han establecido entre el Estado, el capital y los sectores populares modifican y (re)configuran la ciudad y, con ella, las trayectorias laborales y habitacionales, e incluso la propia conformaci�n de la subjetividad. Las formas de amedrentamiento del Estado a trav�s, fundamentalmente, de las fuerzas policiales, expone a los sujetos a la violencia e indefensi�n.

Finalmente, en s�ptimo lugar, la perspectiva te�rica presentada incluye en el an�lisis las resistencias y luchas que los sujetos oponen al despliegue de los dispositivos de poder que reparten de modo desigual la precariedad. As�, hemos encontrado que las resistencias son el modo mayoritario de oposici�n a los dispositivos. Estas refieren a aquellas t�cticas individuales o escasamente organizadas que resignifican el funcionamiento de los dispositivos. Particularmente, el �aguante� refiere a la t�ctica que los sujetos desarrollan con el fin de aferrarse al espacio creado, incluso a pesar de las violencias ejercidas sobre ellos. Por su parte, las luchas refieren a pr�cticas organizadas y colectivas que se estructuran en funci�n de un escenario conflictivo percibido, un juego de posiciones entre diversos sujetos sociales que se enfrentan. En este sentido, las actividades sociocomunitarias han emergido como espacios centrales en la vida de los sujetos, ya que permiten hacer frente a la precariedad a la cual se encuentran expuestos. Al mismo tiempo, estas experiencias colectivas son recuperadas en los discursos como soportes comunitarios que han permitido la lucha en defensa del espacio propio logrado y creado frente a las amenazas de desalojos.

En definitiva, la efectuaci�n de precariedad habitacional se relaciona con procesos desubjetivadores, esto es, la ruptura de lazos; una subjetividad del miedo y la violencia ejercida por el Estado principalmente a trav�s de la fuerza policial; y un desconocimiento del esfuerzo y el �aguante� de los habitantes por revertir sus condiciones de precariedad. Se trata de procesos desubjetivadores que se desanclan de su cotidianeidad y son atravesados por un conjunto de condiciones provocadas por la relocalizaci�n.

A su vez, existe un proceso de reanclaje frente a los cuales no se registran mayormente luchas, sino, m�s bien, la puesta en pr�ctica de algunas t�cticas que pretenden generar m�rgenes de libertad y autoprotecci�n all� donde la exposici�n y desposesi�n han sido brutales. Estas t�cticas suponen resistencias microsc�picas y escasamente organizadas que resignifican el despliegue de los dispositivos de poder y moldean sus efectos. La primac�a de las t�cticas por encima de procesos de lucha m�s organizados expresa tanto la introyecci�n de mecanismos individualistas para enfrentar la precariedad, cuanto una resistencia que puede convertirse, con el tiempo, en procesos de lucha.

As�, la precariedad habitacional no debe ser entendida solo como la desposesi�n de la vivienda, sino como un proceso integral que modifica cabalmente a los sujetos, sus relaciones y modos de vida. En otras palabras, recuperando las expresiones de los sujetos: han perdido el futuro y el presente se encuentra atravesado por la precariedad.

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[1] El trabajo que aqu� presentamos fue realizado en el marco del proyecto �Precarizaci�n, gobierno de la vida y resistencias. Un estudio de los conflictos pol�ticos y sociales de la �ltima d�cada en Argentina�, bajo la direcci�n de Dra. Mar�a Alejandra Ciuffolini, �rea de Ciencias Sociales y Humanidades, Unidad Asociada al Conicet, Secretar�a de Investigaci�n, Universidad Cat�lica de C�rdoba. Financiado y acreditado por: Foncyt-PICT-2015-2242. Para m�s informaci�n, consulte http://www.llanocordoba.com.ar

[2] La poblaci�n de la ciudad, seg�n el Indec (2010) es de 252.192 habitantes (30% de la poblaci�n provincial), y junto con La Banda y Zanj�n forman el conglomerado urbano m�s importante de la provincia (360.923 habitantes).

[3] La migraci�n poblacional de la provincia tiene caracter�sticas espec�ficas, ya que hist�ricamente se la consider� como la �productora de mano de obra� para las provincias pampeanas; adem�s de contar con grupos migratorios internos considerados �golondrinas� (por su migraci�n estacional). Esto ha impactado en particular en la ciudad, donde la generaci�n de nuevos barrios sigui� el curso de estas migraciones. Adem�s, la provincia de SDE se caracteriza por una alta concentraci�n de poblaci�n rural. En los �ltimos tiempos, y por los cambios econ�micos acaecidos, familias campesinas fueron despojadas de sus tierras y expulsadas hacia las ciudades. Los desplazamientos poblacionales operados por la transformaci�n econ�mica de esta provincia han sido analizados por diversos autores: Barbetta (2009), Bolsi y Madariaga (2006), De Dios (2010, 2012), Paz y Jara (2012), entre otros.

[4] Hay vasta bibliograf�a que aborda la diferencia conceptual entre villa o asentamiento. En general, centran su atenci�n en virtud de sus caracter�sticas espaciales, poblacionales, del modo de ocupaci�n de la tierra, entre otras. Para fines de este trabajo, recuperamos los aportes de Cravino (2001) y Lekerman (2005), para quienes las villas se originan principalmente en los per�odos de industrializaci�n y migraci�n del campo a la ciudad, a partir de ocupaciones irregulares de tierra urbana vacante, y producen tramas urbanas muy irregulares. En cambio, la emergencia de los asentamientos se vincula mayormente con la reconfiguraci�n econ�mica de las pol�ticas neoliberales, y estos se caracterizan por trazados urbanos que tienden a ser regulares y planificados, semejando la distribuci�n habitual de los loteos comercializados en el mercado de tierras.

[5] Entendemos por relocalizaci�n territorial a la acci�n del Estado en el desalojo de sectores populares con tenencia precaria de la tierra y su reubicaci�n en conjuntos habitacionales en la periferia (Ciuffolini & Scarponetti, 2011).

[6] Es preciso se�alar que las autoras han trabajado juntas y que hay l�neas de continuidad y contacto entre sus abordajes te�ricos. A su vez, es posible encontrar algunas diferencias entre las perspectivas. Para los fines de este trabajo, nos hemos concentrado en aquello que es compartido por ambas y que permite concebir sus aportes a partir de su complementariedad. As�, mientras que Butler hace hincapi� en la condici�n precaria como una condici�n ontol�gica y sostiene a su vez la importancia de centrar la mirada en las condiciones hist�rico-sociales que producen la �precaridad�, Lorey profundiza en herramientas que permiten pensar la precariedad (�precaridad�, en t�rminos de Butler) como modo de gobierno neoliberal y pone el foco en la vinculaci�n de esta con la gubernamentalidad.

[7] El neoliberalismo supone un conjunto de saberes, dispositivos y pr�cticas que despliega esta racionalidad de nuevo tipo poniendo en juego las subjetividades (Gago, 2014). En definitiva, es un nuevo modo de gobierno de la vida de los sujetos y de relaciones sociales que ha puesto en el centro de la escena la emergencia de distintos dispositivos espec�ficos, as� como tambi�n nuevas subjetividades.

[8] En este art�culo, se presenta el an�lisis de una parte de los datos que fueron recolectados en el trabajo de campo. Es preciso se�alar que otros significantes emergentes del discurso han sido abordados en otro escrito de nuestra autor�a, El proceso de reconfiguraci�n urbana en el �rea metropolitana de Santiago del Estero: estudio de casos m�ltiples a partir de la relocalizaci�n de asentamientos urbanos�, Revista Estudios Demogr�ficos y Urbanos (en prensa), donde se abordan de manera espec�fica la intervenci�n estatal y la (re)configuraci�n urbana.

[9] Equipo de investigaci�n El Llano en Llamas (http://www.llanocordoba.com.ar). La l�nea de investigaci�n del equipo es m�s amplia que la que aqu� rese�amos. En t�rminos generales, nos centramos en las luchas sociales y resistencias actuales, y en el estudio de la racionalidad neoliberal del Gobierno de las poblaciones.

[10] Estudios pioneros han sido el de Brown en 1951 sobre los 60.000 desplazados en el valle de Tennesse, en los Estados Unidos; o el de Fahim (1960), sobre las relocalizaciones por la presa de Asu�n en Egipto; as� como los an�lisis de Scudder (1966) y Colson (1971) sobre desplazamientos en �frica (Barab�s & Bartolom�, 1992).

[11] Por cuestiones de espacio, no podemos referenciar todos los autores y autoras que trabajan esta problem�tica, pero �anticip�ndonos a excluir de manera inintencional referencias� a las antes citadas agregamos otras a nivel internacional: Miranda (2019); Goetz (2012); Huchzermeyer (2011); Smart (2012); Buckley, Kallergis y Wainer (2016); y Doebele (1987).

[12] Para profundizar sobre los diversos abordajes te�ricos del concepto �precariedad�, revise Saccucci (2017a).

[13] Autores/as como Gil (2014); D�az Cruz (2014) y Jornet Somoza (2016) adoptan una perspectiva similar con el objetivo de comprender c�mo somos gobernados en el mundo neoliberal y la importancia que asume la precariedad.

[14] Para los fines de este art�culo, nos hemos centrado en las dos primeras dimensiones propuestas por Lorey.

[15] La pobreza del aglomerado Santiago del Estero � La Banda aument� en un 1,4% entre el segundo semestre de 2016 y el primero de 2017; por su parte, la indigencia vari� en un 4,3%, por lo que se convirti� en la regi�n con peores niveles de la Rep�blica Argentina (Consejo Nacional de Coordinaci�n de Pol�ticas Sociales, 2018). Se estima que, dados los cambios acontecidos en los �ltimos tiempos, los niveles de pobreza e indigencia hayan aumentado en la regi�n.

[16] Seg�n Saltalamacchia (2012), �en la provincia no existe actividad econ�mica que no dependa del ingreso fiscal administrado por el gobernador, sus ministros y, en menor medida, los intendentes municipales [...] de ese modo, se produce un tipo de Estado cuyo gobierno detenta el control sobre la principal fuente de recursos: El Fisco� (2012, p. 11). Para Mancini (2014), lo distintivo de SDE es que la administraci�n del Estado provincial y sus recursos constituye un mecanismo de poder de gran importancia para el ejercicio de la dominaci�n, ya que los principales recursos de la econom�a provincial, como la importancia que el Estado desempe�a en ella, provienen de fondos nacionales. Para una revisi�n hist�rica de la organizaci�n pol�tico-econ�mica de la provincia, v�anse Rossi (2007) y Tasso (2003, 2007), entre otros.

[17] No queremos pasar por alto las caracter�sticas particulares que hacen de SDE una provincia con procesos pol�ticos singulares. Desde 1948, y solo con interrupciones durante los gobiernos militares, la provincia estuvo gobernada de manera personalista por Carlos Ju�rez (durante algunos a�os, lo hizo de manera indirecta nombrando a personalidades que respond�an directamente ante �l), hasta el a�o 2004, cuando se produjo la intervenci�n federal (se conoce a este per�odo como �El Juarismo�). Acusados de corrupci�n y violaci�n a los derechos humanos, Ju�rez y su esposa (quien ejerc�a el cargo de gobernadora en ese momento) fueron encarcelados. Luego de un a�o de intervenci�n federal, las elecciones abrieron paso a nuevas f�rmulas de gobierno y, con ello, mayor involucramiento con las pol�ticas nacionales. Sin embargo, la particularidad de �El Juarismo� en la provincia y en la ciudad hace de SDE una regi�n con pr�cticas pol�ticas singulares, tanto de los grupos dominantes como de los sectores populares. Este tipo de exposiciones ha sido extensamente analizado por Vommaro y Quir�s (2011), Godoy (2009, 2012) y Schnyder (2009, 2011), por citar algunos.

[18] Los c�digos que se encuentran al final de los extractos de entrevista son identificatorios. El primer n�mero refiere a la entrevista (que referenciamos en la tabla 1), mientras que el segundo da cuenta del extracto. Ejemplo: (7:1) significa entrevista 7, cita 1. En las transcripciones se us� la siguiente simbolog�a: (�) cuando el audio no es comprensible; (-) cuando hay una interrupci�n por parte del entrevistado/a o del entrevistador/a; � cuando se producen silencios breves; [...] cuando se produjeron recortes al relato con fines anal�ticos/expositivos; ER: entrevistador/a; EO: entrevistado/a.

[19] Pinto es una localidad a 245 km de la ciudad de SDE, muy cerca de la extensi�n de la frontera agropecuaria.