Reseña de libros

Apuntes 82 (2018). doi: https://doi.org/10.21678/apuntes.82.870

FIRESTONE, Amy, 2017, «Combinamos el quechua». Lengua e identidad de los jóvenes urbanos en el Perú, Lima, IEP. 253 pp.

Diversos estudios realizados en las últimas décadas han venido observando un panorama negativo, en el contexto de las masivas migraciones iniciadas a mediados del siglo XX, para el futuro del quechua, el aimara y las otras lenguas indígenas peruanas en las grandes ciudades de destino. Con diferentes matices, tal conjunto de investigaciones ha puesto el acento en las dificultades que experimentan los hablantes de las lenguas originarias para seguir usándolas en los polos migratorios y, en consecuencia, para hacer la transmisión intergeneracional que un cúmulo de estudios teóricos ha definido como crucial para el mantenimiento idiomático. Una propuesta alternativa que viene defendiendo la lingüista Anna María Escobar en trabajos recientes es que el quechua y el aimara pueden haberse estado difundiendo en las ciudades de destino más de lo que hemos sido capaces de determinar, y que lo han hecho a través de redes familiares y de paisanaje, circuitos que han sido refractarios a la observación pero que podrían descubrirse si se realizaran estudios etnográficos detallados.

El libro de Amy Firestone, derivado de su tesis doctoral –asesorada por Escobar–, aborda este problema desde un enfoque sociolingüístico y etnográfico. Lo hace a partir de un estudio realizado en dos ciudades importantes pero muy diferentes del sur central y el sur andino peruanos: Ayacucho o Huamanga, como se la llama tradicionalmente, y Arequipa. Se trata de una observación detallada de tres familias andinas, dos en Ayacucho y una en Arequipa, concentrada en los jóvenes hombres y mujeres. Es, además, el primer trabajo que se propone aplicar sistemáticamente la variable redes sociales al estudio de las relaciones entre lenguaje y sociedad en el Perú.

El libro no ofrece una respuesta sencilla a la pregunta por el futuro de las lenguas originarias en las ciudades de destino. A partir de sus casos, Firestone propone un modelo que llama modelo chacra, el cual enfatiza la presencia de contacto familiar con el entorno rural –la comunidad de origen de los padres– como el factor determinante para el mantenimiento idiomático. Además de este, la autora menciona como factores adicionales claves: a) los espacios de interacción; b) las actividades sociales desarrolladas en dichos espacios; c) los interlocutores; y d) los temas de conversación.

Como los espacios de interacción, las actividades sociales y los interlocutores favorecen el uso de la lengua indígena en la medida en que estén más cerca de la ruralidad, en realidad, estos tres factores están subordinados a la ruralidad en sí misma, por lo que el único otro factor verdaderamente diferente sería el tema de conversación. Tendríamos así, en este modelo, el contacto con la vida rural y las tierras familiares como el gran factor determinante para el mantenimiento idiomático y, como un factor complementario, el tema de conversación. No es el idioma por sí mismo, entonces, lo que despierta mayor o menor identificación u orgullo étnicos.

El modelo predice, así, que entre las familias y comunidades que conserven nexos con sus lugares de origen el idioma indígena se mantendrá, mientras que entre las familias y comunidades desvinculadas de sus lugares de origen –como la familia arequipeña que Firestone observa–, la lengua originaria tenderá a desvanecerse con el paso de las generaciones. La vida rural, pues, sería el gran anclaje que permitiría a los migrantes mantener un nexo activo con hablantes dominantes de quechua y, en esa medida, seguir recreando la lengua originaria en las ciudades de destino e integrándola con el castellano en variedades nuevas, como el combinado que Firestone propone para Huamanga –y que, a mi modo de ver, habría que caracterizar más finamente en términos etnográficos y lingüísticos–. Esto último es, en líneas generales, lo que ella observa en el caso de las hermanas Hernández, de Ayacucho.

Tal sería, pues, un factor tanto o más importante que la transmisión intergeneracional misma, señala la autora, quien ha estudiado dos casos en los que justamente los padres están ausentes en el polo de migración, bien porque permanecieron en la chacra, bien porque se mudaron al extranjero en busca de mejores oportunidades. Las cosas no serían tan fáciles, sin embargo, si tomamos en cuenta un hallazgo inesperado en la investigación, y que tal vez podría ser mejor enfatizado en el libro: la identificación de lo que la autora llama una «ideología nueva» de valoración simbólica del quechua por parte de los jóvenes de primera generación en Arequipa a partir de los nuevos marcos interpretativos que propone la sociedad globalizada.

Tal como están enfatizando diversos autores en el marco de la lingüística sociocultural, la globalización y la migración vienen cambiando el mercado lingüístico en el sentido de que las lenguas originarias cobran nuevos valores y nuevos sentidos, especialmente entre la juventud, por ejemplo, como medios de construcción identitaria y de creación artística, como plataformas de acción política y como instrumentos para la performance de una «autenticidad» bilingüe o bicultural localizada en mercados simbólicos cada vez más complejos. Esto, en línea con lo que propone Anna María Escobar, abriría nuevas posibilidades para el quechua y el aimara en las ciudades de destino. En ese sentido, podríamos pensar que no basta con identificar los nexos con la vida rural para responder a la pregunta por el destino del idioma originario, sino que deberíamos atender también a las nuevas identidades emergentes entre los jóvenes y a los nexos simbólicos que ellos establecen con el idioma de sus padres y abuelos.

Se pueden señalar algunos problemas en el libro de Firestone. En primer lugar, a pesar de lo que el título anuncia, el asunto identitario no recibe suficiente atención en el análisis. En segundo lugar, siendo un estudio etnográfico, se esperaría escuchar más las propias voces de los sujetos estudiados, a través de fragmentos de entrevistas, por ejemplo. Esto ayudaría a saber cuán émica o interna es la categoría combinado, que Firestone propone y que también recoge en el título. Por otra parte, aunque el enfoque de redes sociales se plantea como necesario, no se lo desarrolla con suficiente detalle en todos los aspectos relevantes. Por ejemplo, no se observa la interacción real que tienen con sus parientes campesinos las jóvenes de las familias migrantes más integradas a las zonas rurales donde viven esos familiares. Finalmente, hay algunos problemas en la traducción al castellano de categorías lingüísticas como intrasentential, que se traduce como intrasentencial en vez de intraoracional; language shift, que se traduce como cambio de lengua en lugar de sustitución lingüística; y unmarked choice, que se traduce como opción sin marcar en vez de opción no marcada; alternativas usuales en la literatura especializada.

Las virtudes principales del libro son las detalladas descripciones etnográficas de los espacios familiares observados, el análisis cuidadoso de una serie de interacciones en quechua y castellano desde el punto de vista de la selección idiomática y una útil revisión de antecedentes sobre lengua y migración en el Perú. En balance, el estudio de Firestone será un referente importante en la literatura sobre los vínculos entre contacto lingüístico, selección idiomática y experiencias migratorias. Su lectura será de interés no solo para la comunidad de lingüistas sino también para antropólogos, sociólogos, educadores y para todos los interesados en los asuntos relativos a la migración.

Luis Andrade Ciudad
Pontificia Universidad Católica del Perú
lfandrad@pucp.edu.pe