Apuntes 83 (2018). doi: https://doi.org/10.21678/apuntes.83.924
ASENSIO, Raúl H., 2017, El apóstol de los Andes. El culto a Túpac Amaru en Cusco durante la revolución velasquista (1968-1975), Lima, Instituto de Estudios Peruanos. 347 pp.
La figura de Túpac Amaru ha perseguido y seducido al imaginario nacional con una persistencia que pocos personajes de similar estatura histórica pueden reclamar para sí. Identificado y reconocido por todos como un luchador social emblemático y como el símbolo de una valentía a toda prueba, una que trascendió las coordenadas coloniales de su época, la construcción de su imagen, sin embargo, fue apropiada por diversos actores cuyos propósitos políticos, narrativas históricas y motivaciones intelectuales siempre tuvieron un sustrato plagado de desavenencias y desencuentros, aunque también de eventuales afinidades. Esta tensión, que encuentra su mejor escenario en el Cusco, tuvo entre sus más conspicuos impulsores al Gobierno militar del general Juan Velasco (1968-1975) y a un heterogéneo grupo de personajes integrado por militantes de izquierda, académicos, historiadores, intelectuales, funcionarios locales, alcaldes, profesores rurales, sacerdotes y políticos andinos, muchas de cuyas historias particulares en la forja de este mito son verdaderamente fascinantes. Ellos conformaban círculos que, según su grado de devoción y tipo de motivaciones, podían ser clasificados como tupacamaristas vernáculos considerados como los precursores del culto –que, a su vez, se subdividían entre moderados y radicales–, tupacamaristas oficiales partidarios del Gobierno militar, tupacamaristas que compartían el orgullo regional pero tenían una práctica menos militante y, por último, un sector formado por personajes y organizaciones periféricos que buscaban extraer el mayor beneficio posible en este contexto de afirmación del sentimiento y la identidad cusqueños. Toda esta variopinta feligresía contribuyó a forjar la imagen de Túpac Amaru como la encarnación de un apóstol andino: una versión cusqueña del Cristo católico que haría renacer el antiguo esplendor andino y reivindicaría a sus postergados y humillados pobladores.
En el caso de los militares, su objetivo era la revalorización de la ancestral cultura nacional, la peruanización del país a través del reconocimiento del quechua como idioma oficial y la creación de una nueva moralidad pública –jerárquica y autoritaria– que diera sustento y legitimidad social a su proyecto político e ideológico. El mejor camino para lograr este propósito era estimular la asociación emocional y visual de la población con los viriles y aguerridos atributos del caudillo andino y, de esa manera, cultivar una identificación profunda con las medidas de reforma –sobre todo con la Reforma Agraria– del nuevo nacionalismo con el cual el reformismo militar quería refundar la República. Para sus más conspicuos adherentes, la figura heroica e icónica de Túpac Amaru despertaba entre los cusqueños un «culto sincero». Se trataba, dicho en otros términos, de una poderosa y magnética devoción que condensaba, en una singular síntesis, deseos y aspiraciones que a su vez nutrían la compleja identidad colectiva de los pobladores del Cusco, considerando, por lo demás, que esta es una sociedad altamente reflexiva, preocupada por entender el sentido de sus tradiciones y herencias históricas e interesada en identificar su lugar en la construcción de la identidad nacional peruana.
A la prolija reconstrucción de las diversas etapas que tuvo la accidentada trayectoria del popular culto tupacamarista, al recorrido que encumbró su figura hasta alturas insospechadas en el imaginario político y cultural de la época, a ello está dedicado el notable libro que ha escrito Raúl Asensio. Moviéndose con fluidez entre el examen de los grandes procesos históricos y las dinámicas locales y regionales que dieron vida a esta religiosa veneración, el autor nos entrega un gran mural –pormenorizado en las precisiones históricas y escrupuloso en su revisión de fuentes primarias– de la apoteósica admiración que suscitó Túpac Amaru durante los primeros años de la versión más radical del reformismo militar. Para lograr este propósito, Asensio recurre a la revisión sistemática de la prensa local (El Comercio de Cusco, una de las publicaciones periódicas más antiguas y con mayor autoridad moral de la región, y El Sol, fundado por Luis E. Valcárcel y un grupo de indigenistas), una fuente poco estudiada por los historiadores contemporáneos, pese a la enorme riqueza de información local, nacional e internacional que albergan sus páginas. En esos periódicos, Asensio encuentra la materia prima de su libro gracias a la cual logra explorar la vida cotidiana de la población cusqueña, los sinsabores de las disputas entre bandos y facciones, el ánimo celebratorio que preside las ceremonias oficiales y las efemérides locales en torno a la figura de Túpac Amaru. Sin embargo, el autor no encuentra en estos periódicos, como él mismo lo admite, la posibilidad de aproximarse a la mentalidad de los hombres y mujeres del mundo rural, pues en ellos no está registrada la vida cotidiana de las pequeñas y extremadamente pobres comunidades campesinas, aquellas que se encuentran alejadas de los circuitos urbanos y de sus vehículos de transmisión de información, lugares donde el culto tupacamarista no adquiere la sostenida –y, por momentos, explosiva– visibilidad que asume en la capital cusqueña y en algunos centros urbanos que forman parte de su entorno.
El libro tiene una ambiciosa y extensa estructura que busca explicar las razones que convirtieron al tupacamarismo cusqueño, durante la primera mitad de los años 70 del siglo XX, en un verdadero «fenómeno social» de repercusiones políticas y culturales insospechadas. Aunque la admiración que despertó el caudillo andino tuvo alcance nacional, su mayor poder simbólico, su más intenso fervor y su más amplia popularidad, los encontró en el Cusco. Se trata, no obstante, de un fenómeno que experimentó primero un ascenso vertiginoso y, pocos años después, una no menos sorprendente declinación, que lo fue desplazando hacia las zonas periféricas de los discursos sobre la cusqueñidad. Las razones que explican este declive están asociadas al surgimiento y consolidación de otras corrientes culturales (el incaísmo, la defensa del patrimonio y la vocación turística de la ciudad imperial) que permiten el ingreso de nuevos ingredientes en la estética y el imaginario cusqueños. Desde luego, el golpe de Estado del año 1975 que lleva al derrocamiento del general Velasco –y, como consecuencia de ello, a la pérdida del filo radical en el discurso militar– coincide y alimenta el surgimiento de una nueva sensibilidad social que termina por provocar el práctico colapso del tupacamarismo tanto en el Cusco como en todo el país. Asensio advierte que el languidecimiento de ese fervor y de ese transitorio sentimiento de apoteosis, que tuvo su mayor esplendor entre los años 1969 y 1972, no debe ser interpretado ni como olvido ni como una historia concluida, pues la idea velasquista del caudillo caneño subsiste en la estética y las imágenes populares actualmente vigentes. De hecho, ha ingresado al panteón simbólico de nuestros grandes íconos nacionales como uno de los más connotados precursores de la Independencia del Perú y, con mayor precisión, como el portador de un mensaje de rebeldía, emancipación y defensa del postergado mundo indígena.
Entre la vasta información y las sugerentes líneas de análisis que proporciona el libro a lo largo de sus diez capítulos, existe un asunto –entre los múltiples que despierta su lectura y que probablemente no hace justicia a la enorme riqueza contenida en sus páginas–- que me ha llamado especialmente la atención: ¿En qué radica la singularidad histórica que hace único e intransferible el culto cusqueño a Túpac Amaru? De acuerdo con el autor, la respuesta está asociada a una doble dimensión del fenómeno: la heterogeneidad en la procedencia ideológica y política de los integrantes de la «comunidad de culto» que apoyaban su figura, cada uno de los cuales era portador de discursos y visiones muy disímiles entre sí; y la poderosa influencia católica que impregnaba el lenguaje, las narrativas y las celebraciones anuales con un manto de religiosidad muy parecido al que los creyentes profesan hacia sus santos y vírgenes. En el primer caso, cada uno de los actores proyecta sus propios sesgos, visiones e intereses, convirtiendo al tupacamarismo en una suerte de «significante vacío» –como lo postula el propio autor utilizando un concepto de Ernesto Laclau– en el que se vierten diversas «capas de significado» (el discurso regeneracionista de los intelectuales y académicos limeños, el culto regional promovido por el cusqueñismo neoindianista, las nuevas visiones de la arqueología científica, etc.) que producen adhesión, rechazo o indiferencia, según quién sea el emisor que está a cargo del mensaje artístico, literario o discursivo. En el segundo caso, la elevación casi mística del caudillo andino hacia alturas celestiales, la esperanza de su resurrección simbólica, las comparaciones de su martirio con el calvario de Cristo, la devota idealización de seguidores siempre dispuestos a hacer peregrinaciones a los lugares en los que vivió y a convertir en reliquias los objetos materiales que utilizó en vida son algunas de las evidencias que muestran la singular construcción de un culto tan enfervorizado. El entrelazamiento de estos dos componentes fue, sin duda, una fuente de tensiones que agudizó los conflictos, exacerbó las pasiones, ahondó los enconos y abrió abismos entre los diversos actores que reivindicaban mayor protagonismo en el culto. Una elaboración más teórica y conceptual sobre la relación entre las ideologías y los discursos, la comunicación y la recepción, la oralidad y la textualidad, el mito y la memoria habría sido deseable para redondear los argumentos centrales del autor.
Un libro como el que comentamos encontrará lectores dentro y fuera del país. Quienes están interesados en el estudio de cómo las sociedades construyen y reformulan los hechos del pasado para explicar su presente, encontrarán en el análisis de Asensio una sugerente fuente de inspiración. A los cusqueños, aunque no solo a ellos, El apóstol de los Andes los ayudará a identificar los avatares que jalonan la compleja construcción de su identidad regional y les proporcionará un espejo en el cual observar su fascinante historia reciente. Desde luego, todos también podremos encontrar en este trabajo los elementos para repensar y construir una narrativa que pueda ayudarnos a reflexionar sobre nuestro presente y ampliar nuestra comprensión de los grandes horizontes culturales del futuro.
Felipe Portocarrero Suárez
Universidad del Pacífico
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